Radicado en Italia, donde se estaba produciendo una verdadera lluvia de Sangre, Quesos y cuellos degollados, el basquetbolista Carlos Delfino se encontraba de paso por Argentina. En medio de aquella estadía por un par de semanas, el Lancha había quedado con su hermano Lucio Gabriel Delfino, también basquetbolista, también muy patón (aunque no Quesón, por obvias razones, aunque sí hijo y hermano de Quesones) un entrenamiento en conjunto.
El lugar elegido, el Club Platense, el viejo y querido calamar, el lugar donde jugaba Lucio. Carlos llegó en su cómoda camioneta, la que usaba cuando estaba en Argentina, y se bajó de la misma. Avanzando con sus dos metros de altura y sus pies talle cincuenta, Carlos inundó de olor a Queso aquella zona de Vicente López y Saavedra. Los que lo olieron dicen que fue algo impresionante, se reportaron desmayos e internaciones.
Carlos ingreso al Club, que quedó casi vacío, pues la gente huyó ante el olor de los pies del basquetbolista. El que no se fue era don Atilio, un ancianito de edad muy avanzada, que vivía en las instalaciones de Platense.
- Usted parece resistir el olor a Queso que tengo en mis pies, los demás huyeron despavoridos, ví que unos pibes se desmayaban.
- Es que siempre tengo la nariz tapada, Carlitos, je, je – contestó don Atilio – yo creo que te deberías lavar los pies, je, je.
- Tengo olor a Queso porque soy Quesón – dijo el basquetbolista - ¿Y mi hermano, lo vio, don Atilio?
- Lo ví a la mañana, lo ví pasar, me saludo, y despues ya no lo ví más.
- Qué raro – dijo Carlos – quedamos en encontrarnos a esta hora.
Carlos se retiró a un costado, agarró el celular, lo llamó a su hermano, pero este no contestó. De repente, recibió un mensaje vía Instagram. ¿El remitente? Una cuenta denominada “valeriaquesona”.
- Otra vez esta loca – dijo Carlos – la bloquearé.
Desde hacía meses, aparecían y desaparecían cuentas de Instagram, con nombres como “valeria_quesona”, “ladyravelia, “ravelia_cuore” y “couer_rouge”, de una fetichista de los pies. Los mensajes eran siempre los mismos, le decían a Carlos: “Una selfie de tus pies Carlos”, “Quiero ver tus Quesos”, “#AsesinameCarlos”, “#TirameUnQueso”, “Asesiname como hicistes con Valeria Mazza y las demás” y cosas por el estilo, al principio al basquetbolista le causaba gracia, y si bien nunca le contestaba, le ponía algún “Me gusta”, ahora ya ni eso, la bloqueaba y la denunciaba.
Carlos ya estaba apretando el botón para bloquear a esta nueva cuenta de Instagram de la fetichista de los pies, pero en eso le sonó el celular, era una llamada vía WhatsApp, de su hermano Lucio Gabriel Delfino.
- Hola Carlos – sonó una voz femenina.
- ¿Quién sos? – dijo asombrado el basquetbolista.
- Soy yo, Ravelia – dijo la voz – ya se que no me vas a contestar en Instagram, ahora lo hago por WhatsApp.
- ¿Cómo usas el celular de mi hermano, loca?
- Mira esto Carlos. Caaaarrrrrlooooooooooooossss – dijo la voz femenina.
A Carlos le llegó un video por WhatsApp. El basquetbolista lo vio rápidamente. Lo que vio le causó una horrible impresión.
Su hermano Lucio, desnudo, con un calzoncillo como una única prenda, estaba sentado en una silla, una silla de hierro, encadenado, con un grillete que le impedía moverse. Al mismo tiempo, tenía los pies descalzos sobre una mesa. Una mujer, Ravelia, la fetichista de los pies, lo estaba azotando con un látigo, después le hizo cosquillas en los pies con una pluma. Tomó un Queso y lo tiro sobre Lucio, diciendo:
- Queso.
Ravelia se puso en primer plano, con una soga en una mano derecha y sosteniendo un puñal con la mano izquierda.
- Carlos, podría asesinar a tu hermano si quisiera. Lo tengo prisionero. Podría estrangularlo, como hizo mi madre, Ravelia, con tu amigo Luis Scola, podría degollarlo como hizo mi madre, Ravelia, con tu amigo Fabricio Oberto, podría asesinarlo a balazos como hizo mi madre, Ravelia, con tu amigo Emanuel Ginobili. Le tiraría un Queso, ja, ja, porque soy Ravelia la Quesona tatuada, pero no lo voy a hacer… todavía. Vos sos un asesino de mujeres, asesinaste a muchas minas, muchas, las decapitaste, las degollaste, les tirastes un Queso, dicen que asesinaste como a mil minas desde el año 2000 hasta hoy. Si queres salvar la vida de tu hermano Lucio, no tenes opción, te quiero aca, Carlos, aca, vení. Vos elegís, es el o sos vos.
En ese momento, Ravelia, tomó una enorme espada y la colocó sobre el cuello de Lucio.
- Le cortaré la cabeza como hizo mi madre, Ravelia, con Juan Martín Del Potro, ja, ja.
Desesperado, Carlos, le dijo:
- ¿Dónde estás loca?
- Estoy en este lugar, Carlitos – Ravelia tomó un pizarrón donde estaba anotada la dirección, era una vieja casona de San Isidro, sobre el río – te espero en una hora, de lo contrario… ¡raaaaaaaaajjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj! ¡Queso para Lucio Delfino! Te enviaré su cabeza por correo, como vos hicistes con la cabeza de Valeria Mazza, que se la mandaste a Alejandro Gravier, ja, ja, ja.
Desesperado ante la posibilidad de que su hermano fuese salvajemente asesinado, Carlos no tardó en llegar a aquel lugar. Ingresó a la casona, donde Ravelia lo recibió con una bandeja de Queso.
- ¡Ja, ja, te atrape Quesón! ¡No tenes escapatoria! ¡Te quiero a vos o tu hermano será quesoneado! ¡Ahora sabes como sufren tus víctimas antes de que vos las quesoneaste! ¡Ja, ja! ¡Asesinaste a miles de mujeres y creiste que siempre ibas a estar sumergido en la impunidad! ¡Llego tu hora Quesón!
- Hace lo que quieras loca – dijo Carlos Delfino – pero libera a mi hermano. Que salga de la casona, yo me quedo.
- Perfecto – dijo la Quesona – hubiera estado bueno decapitarlo o ahorcarlo, pero estoy dispuesta a pagar el precio que sea para tenerte conmigo Carlos.
La Quesona liberó a Lucio, que muy debilitado ante las torturas a las que fue sometido apenas podía moverse, pero con la escasa energía que le quedaba se fue de aquella vieja y horrible casona de San Isidro.
- Ahora ya me tenes a mí – le dijo Carlos Delfino a la fetichista de los pies.
- Por supuesto – dijo Ravelia – dale, Carlos, quiero oler tus pies.
Ravelia se tiró sobre los pies de Carlos, y este los levantó, empezó a olerlos, besarlos, chuparlos, una y otra vez, con intensidad, fuerza y pasión, sin parar, un rato largo, mucho más que el que Carlos destinaba a sus víctimas en estas circunstancias.
- Creí que me ibas a asesinar – dijo Carlos.
- De ninguna manera, soy una asesina de hombres, es verdad, asesiné a muchos chabones, pero no puedo asesinar a un Carlos. Una vez fui a apuñalar a un tipo, me dijo que se llamaba Gabriel Cáceres, ya estaba con el puñal en la mano, cuando por esas cosas del destino, al tipo se le cayó el documento, ahí comprobé que se llamaba “Carlos Gabriel Cáceres”, la puñalada que iba destinada para el, terminó sobre una mesa, lo peor es que el tipo ni se dio cuenta. ¿Lo conocés a Fabián Medina Flores, un gay que habla de moda? También lo iba a asesinar, lo iba a asesinar en una lluvia de balas, pero descubrí con horror que su primer nombre es ¡Carlos! Las balas terminaron en un vidrio.
- ¿Y por qué no podes con nosotros los Carlos?
- Mi padre se llamaba Carlos. Debe ser por eso. Nunca supe nada de él. Mi madre lo asesinó cuando estaba embarazada de mí. Le clavó un cuchillo. Aun no sabia que estaba embarazada, la gestación llevaba cinco o seis semanas cuando lo hizo.
- Oh, qué historia – dijo Carlos – seguramente te marcó para siempre. Yo, siendo un niño, ví como mi padre, Carlos, asesinaba a una mujer, y le tiraba un Queso. Ahí supe que quería ser como mi papá, un asesino, un Quesón.
- Yo te quiero para mí Carlos – dijo la fetichista – siempre estuve enamorada de vos.
- La cuenta de tuiter, la de @FanDeCarlos50, es tuya, verdad?
- Sí, soy yo, te amo Carlos, te amo Carlos, te amo Carlos. Caaaarrrrloooooosssss, Caaaarrrloooooossssss, #TirameUnQueso, #AsesinameCarlos – comenzó a gritar desesperada Ravelia, la tatuada, la fetichista de los pies.
- Cumpliré tu deseo – dijo Carlos.
La adoración de los pies se prolongo por un par de horas, Carlos no solo dejó que Ravelia oliera, chupara, besara y lamiera sus pies, también que le hiciera cosquillas, la tenía como una esclava.
- Como te gustan mis pies – le dijo Carlos Delfino.
- Siempre soñé con esto – le dijo Ravelia.
- ¿No queres que te coja?
- Violame Carlos, violame – le dijo Ravelia.
- Soy un asesino, no soy un violador – dijo el basquetbolista – a mis víctimas las hago gozar con el sexo, solo tengo sexo si ellas lo quieren.
- Yo lo quiero.
Carlos se tiró sobre Ravelia, y la cogió por el culo con sus enormes pies talle cincuenta, el disfrute de la tatuada no se puede describir con palabras, solo diremos que fue un gozo total, una felicidad absoluta, el goce máximo y perfecto que un mortal puede disfrutar en su vida terrenal. Despues la cogió por la vagina, penetrándola por el pene, el pene de Carlos era gigantesco, erecto, era la belleza absoluta que Ravelia podía imaginar.
Repleta de goce y satisfacción, Ravelia quedó ahí , tirada en el piso, balbuceó:
- ¿Y ahora Carlos?
- Y ahora cumpliré tu deseo final, vos me mandabas los hashtags #AsesinameCarlos y #TirameUnQueso. Bueno, ahora viene eso. Me gusta coleccionar cuellos sangrantes y vos lo sabes.
- ¡Caaaaaarrrrloooooooooooooooooosssssssssssssssssss! – dijo la tatuada.
Fueron sus últimas palabras. Mientras pronunciaba el nombre “Caaaaaarrrrloooooooooooooooooosssssssssssssssssss”, el basquetbolista le cortó el cuello, ¡raaaaaaajjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj!, la herida fue muy profunda, una y otra, el cuello sangrante de la tatuada desparramó la sangre por todos lados.
- Queso – dijo con frialdad el basquetbolista asesino - ¡Quueesssssssooooooooo
Tiró el Queso con furia y salvajismo. El asesino se retiró de la casona de San Isidro, en la camioneta lo esperaba Lucio, su hermano.
- ¡Carlos! ¡Tenía mucho miedo! ¡Pensé que esa loca te iba a matar!
- Tranquilo Lucio, tranquilo, por ahora no molestará más, aunque dicen que a la tatuada ya la asesinaron muchas veces y siempre vuelve.
- La loca esta decía que vos sos un Quesón, un asesino de mujeres.
- Ja, ja – dijo Carlos – ja, ja, ja, ja. Vamos a practicar básquet que es lo nuestro, Lucio. ¿O queres que te diga Lula, como el presidente de Brasil?
- Decime Lula, Carlitos.
- ¡Entonces vamos a jugar básquet Lula! ¡Lo nuestro es el básquet! ¡Ahora y siempre! ¡Ja, ja, ja! – siguió riendo Carlos Delfino.
La risa de Carlos Delfino se escuchó por todo San Isidro, y el olor a Queso se esparció por toda la zona Norte. Colorín Colorado, como la cascara de un Queso Pategras, este Queso se ha acabado. Aunque los Quesos preferidos de Carlos Delfino sean el Parmesano (para comer) y el Emmenthal (para tirar a sus quesoneadas víctimas). |