Silenciar el afuera. Esconderme.
Pretender que se aquiete el mundo entero, atento a mi vigilia. Desenfocar todo aquello, hacer que no signifique nada.. Apagar la luz. Todo. Oscurecer cualquier sonido que denote que afuera el mundo fluye todavía.
Despertar. Maldecir que exista el nuevo día, y que respirar sea aún una osadía. Pensar. Pensarte. Ensayar la cuota de mínima alegría que alimente el cuerpo hasta la nueva letanía. Hacer del afuera la cortina que oculte todo esto. Pensarte una vez más. Recrearte, otra vez.
El mundo pasa a ser aquello que transita a tu lado, independiente de vos, ajeno. Encajar en él es, aún, más extraño todavía. Mezclar mi invisibilidad con el artificio del mundo entero consume de mí el resto de agonía que persiste y se resiste.
Silenciar el afuera. Esconderme otra vez. Persistir en la desigual pelea por aquietar el mundo entero (como ayer). Trepar mi desazón (como hoy, como ayer, como hace tanto).
Volver a despertar.
Seguir.