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¿MIEDO, YO?



—No tengas miedo a nada ni a nadie que no conozcas— Me decía la abuela con su voz, que siendo autoritaria no amedrentaba, solo convencía. Aquella voz fue siempre para mí como un sistema de resonancia y de redundancia hasta que asimilaba el mensaje oculto, más allá de la literalidad de sus palabras.
— La sombra de la víbora no tiene veneno. Me decía.

— ¿A qué temerle entonces? — Me dijo, aquel atardecer lluvioso cuando acudí ante ella para compartirle mis penas.

—El miedo m´hijo, es parte de la condición humana, es la muestra sensible de su fragilidad. Debes tener mucho cuidado con tus miedos, encuéntrales pronto su origen, su por qué, pues junto con el miedo aparece siempre su hija bastarda, la angustia.

Quedé boquiabierto, no entendí de pronto como supo la anciana de aquella congoja que me oprimía el pecho. De ese miedo terrible que me quitaba el sueño al solo imaginar que Elvira, mi prometida, me dejara de amar cuando estuviéramos casados.

Bueno, al menos mi abuela creía identificar la causa de mis miedos. Así que decidí confiarle todo a la anciana. Ella me escuchó con atención, dejando ver esa sonrisa enigmática entre socarrona y condescendiente y al final de mi confidencia suspiró y mirándome a los ojos me dijo:

—M´hijo, el miedo se engendra en la encrucijada de la certeza y de lo ambiguo, se alimenta de lo explicable y de lo inexplicable. Si algo despierta nuestro temor nos quedamos quietos, pues solo nos asusta un poco; pero si nos asusta más, huimos o peleamos; y si de plano nos aterroriza, como nos enseñan Poe y otros autores, nos quedamos petrificados. El miedo es irracional, cuando se tiene conciencia de él, deja de ser miedo y se transforma en la angustia sustentada en la certeza de que algo es o va a suceder.

—El miedo muchacho es un pegote de nuestra fragilidad, no debes permitir que tus miedos entren al dominio de lo siniestro, si esa tal Elvira te deja de amar, está tan dentro de la posibilidad como la eventualidad de que te ame toda la vida.

Seguimos hablando durante todo el atardecer, entre la charla, sus anécdotas, chistes y demás se diluyó un poco la tensión emocional con la que llegué al lado de la abuela, sin embargo persistía la inquietud en mi ánimo, recordaba sin proponérmelo lo dicho por Massumi, “La amenaza como tal no es nada aún, sólo es una inmanencia. Es una forma de futuralidad que tiene la capacidad de llenar el presente sin hacerse presente. Su inminencia futura proyecta una sombra presente, y esa sombra es el miedo”. Como si adivinara mis pensamientos, al despedirnos la anciana agregó: —Cuando averigües de donde procede la amenaza, si es que la hay, entonces dejarás a un lado tus miedos y tendrás el valor de enfrentar la realidad con la valentía que ahora te falta. No dijo más, un cálido beso en la frente fue la despedida aquel anochecer.

Pero cuando el miedo se arraiga hace causa común con la angustia, —ya lo había dicho la abuela— se fortalece en cualquier parte, en la oscuridad de la calle, en las pausas de la charla con los amigos, entre las risas, frente al televisor cuando pretendemos no poner atención en los anuncios comerciales, al conducir, al detenernos frente a la luz roja del semáforo. Por eso, ya en mí departamento decidí repentinamente ir a casa de Elvira mi prometida sin avisarle, para verla y oírla decir cuánto me amaba.

Me quedaba claro, eso era solo un placebo, porque sabía muy bien que en cuanto abandonara su casa, el miedo a perderla volvería a reaparecer. Conduje de prisa, sorteando luces preventivas y rojas de los semáforos que parecían zombis de tres ojos que me hacían guiños agoreros para que no continuara mi travesía.

Llegué finalmente frente a la casa de mi prometida, desde el auto podía ver que había luz encendida en el vestíbulo. Luego distinguí la silueta de Elvira, estaba de pie, gesticulaba con las manos. Luego vi la silueta de un hombre aproximándose a ella y la tomaba por los hombros. Entonces la sudoración de mi cuerpo aumentó considerablemente, me asaltaron las ganas de orinar, se me resecaron los labios y se apoderó de mi ojo izquierdo un tic amenazador.

Enseguida se inició en mi ánimo un proceso circular, interminable y sanador: Suposición/intuición/sospecha/premonición/convicción/certeza, mis sentidos me obligaban a entrar en la casa y cerciorarme de lo que estaba pasando, mientras que la mente me decía, que esperara. Así estuve un buen rato, imaginé todas las posibilidades de lo que pudiera haber tras de aquella puerta. Pensé en todas las contingencias, las consecuencias inmediatas y a largo plazo, así como en el impacto que estas pudiera tener en mi presente, pero sobre todo en mi futuro.

Después de un buen rato, ya calmado, encendí el motor de mi auto y me aleje para siempre de ahí. Un prolongado suspiro me hizo comprender que ya no tenía miedo. Porque frente a la situación extrema, como dijo la abuela, descubrí el origen de mi miedo. Simplemente en el fondo de mi conciencia estaba la causa de la terrible aprehensión que tenía: era la certeza de tener miedo a un fracaso matrimonial con Elvira, pues en el fondo no estaba seguro de amarla lo suficiente. Al reconocerlo ¡quedé liberado de mis temores! Porque no hay miedo más grande que tener miedo de uno mismo.



Texto agregado el 27-06-2019, y leído por 169 visitantes. (2 votos)


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