Parece un mar de personas, pero solo somos un puñado.
El recinto, un entretenido restorán con aires de pub.
Un saxofón incita a desvestirse y la voz,
(afroamericana de sexualidad indeterminable),
acompaña los gestos de todos al comer.
Somos un grupo de desconocidos, que en común solo tenemos el gusto por este local.
Mezcla rara de cena informal, Café del break con carrete familiar.
La belleza de las clientas solo es superada por la de las meseras. Antonio, (el dueño) seguramente les hace un interesante casting al elegirlas.
Cubana, rumana, uruguaya y esa morenaza porteña.
(Lo siento, prefiero lo nacional).
Mientras escribo una adulta mujer me mira con cara de postre y aunque mis ojos sean verdes,
no seré la uva de su macedonia.
Se levanta y sin decir nada desliza en mi espacio de mesa,
(decir mesa es extraño ya que es una barra que funciona como tal),
una tarjeta de visita, al reverso su número personal escrito con sensual caligrafía y una hora determinada, (qué hora es resulta irrelevante).
Al terminar de ver la tarjeta ella y su acompañante se han esfumado como por arte de magia.
(¡Locales chicos, un paso y ya estas fuera!)
Me han lanzado un desafío, detesto estas situaciones!
Me condena a una elección, seré un cobarde si no acepto, un desesperado si la llamo antes de tiempo, un tonto si la pienso mucho, (pensamientos no compartidos), entre otras.
El Kebab es un lugar único en su especie.
Mientras reflexiono con la tarjeta en la mano.
Noto como otros la miran como hipnotizados,(la han codiciado de seguro...también son adultos!).
¿Que harían ellos en mi lugar?
La comida llega al tiempo que ya no queda espacio en esta servilleta.
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