Mientras caminaba pateando guijarros y elucubrando ideas, Mario intentaba armarse alguna teoría medianamente decente sobre que diantres nos sucede cuando nuestra existencia llega a su fin. Por cierto, las teorías son múltiples y difieren unas de otras. En algunos casos, son bastante acomodaticias para algunos sectores, lo que instalaba la sospecha en el muchacho, mientras le pegaba de taquito a un trozo de manzana que había acabado de mordisquear. La mayoría de las religiones definen la muerte como el instante crucial en que uno se hace acreedor al premio máximo de la eternidad o a un castigo de características aterradoras. Pero, y si así fuese, ¿por qué algunas personas realmente ejemplares y dadivosas lo pasan tan mal en esta vida, en circunstancias que algunos seres abyectos gozan de la gloria máxima en las mismas y exactas veredas?

Y estas preocupaciones absolutamente imposibles de resolver ocupaban la atención del joven, hastiado a sí mismo por esta situación injusta en que se hallaba precisamente en esos momentos. Pues bien, había sido despedido de su trabajo dos semanas antes, sin siquiera recibir una indemnización que le aliviara el mal momento. Pero de todos modos, estas cosas terrenales nunca le habían quitado demasiado el sueño, porque su interés esencial estaba enfocado en temas más trascendentales. Mientras caminaba por calles jamás exploradas, su mente incursionaba con senderos igualmente inabordables. Y pateando y cabeceando como era su costumbre -jugaba de centro delantero en el Unión Horizonte- el muchacho hilaba conceptos leídos en algún lugar y que enunciaban la teoría de los universos paralelos, habitados por seres idénticos a nosotros, pero en diferentes etapas de su existencia. Y que al ocurrir el deceso nuestro, seríamos trasladados de forma automática a alguno de dichos estados, sin darnos cuenta jamás de nuestra propia muerte. Todas estas elucubraciones fascinaban al bueno de Mario, ya indiferente a esa veleidosa condición de sus bolsillos, que ahora sólo contenían un trozo mordisqueado de manzana, pero después quizás estarían repletos de billetes. Mal que mal, jugaba bastante bien en su equipo y no faltaban los mecenas que lo regaloneaban con una que otra suma generosa. Y sumido en esas profundas cavilaciones, se percató del neumático, que siendo eyectado tras un violento accidente, voló directamente hacia su cabeza.

Mario, acostumbrado a recibir balones aéreos que aparecían bombeados para que él los impulsara dentro del arco, esta vez evitó con oportuna agilidad el choque del proyectil, el que fue a estrellarse contra un muro, provocándole una grieta enorme. El muchacho se aproximó al lugar del accidente con la obvia intención de curiosear.

Entretanto, la gente acudió a auxiliar al desafortunado que no pudo esquivar el enorme neumático y que ahora yacía inerte sobre el pavimento. Buscando en sus bolsillos algún documento que diera luces sobre su identidad, sólo dieron con un trozo masticado de manzana.

La tarde ya daba paso a las sombras cuando una ventisca estremeció las luminarias, ya encendidas. Esto provocó que una ampolleta se apagara y otra se encendiera en el mismo momento. Nadie se percató de este asunto, por supuesto.