La lírica se parece más al rock and roll que a los dodecasílabos.
Los buenos poemas se leen mejor desde las vistas de azoteas de las ciudades pobres y terminan como terminan los fines de semana de los obreros ebrios: con confusión y desencanto.
La lírica no tiene musas vestidas de blanco que atienden las galerías importantes de Manhattan y sonríen todo el tiempo.
Las mujeres líricas se parecen más a los monstruos mitológicos, tienen formas que nos recuerdan a las serpientes, a las oficinistas y a las viejas fodongas, a las muchachas hippies que estudian Historia y a las niñas ricas que estudian Letras en las facultades de Filosofía.
Los buenos poemas se los dedicamos a las prostitutas y a las estrellas de los canales porno de internet, se los escribimos a los hombres cuando nos ignoran o borran de su red personal en internet.
La lírica surge cuando nos atacan los moscos una noche, o cuando nos rompemos un pie.
Entonces, ¿qué saben los que saben de Lírica?
Son como las señoritas que envuelven regalos en la época decembrina, le ponen un papel estampado a algo a lo que la mayoría le damos valor, transaccionan con la forma y el tamaño de objetos del deseo encapsulados en alhajeros y tarjetas con chip.
Pero para mí, nada como recibir un cachorro asustado en mis brazos, o encontrar un billete olvidado en uno de mis abrigos, nada como escribir cuando me sobreviene la diarrea letritística y reposar entre retortijón y retortijón hasta terminar un texto.