Escrito para los 10 años de Walas en la página.
A veces suele sucederme, como a muchos, ni en eso soy original, que hay momentos en que me choco contra las cuatro paredes de mi habitación buscando una idea, algo distinto, demás está decir que no lo logro, algo que no debería aclarar porque ustedes ya lo deben haber advertido en mis miserables escritos.
Momentos plenos de silencios incómodos. ¿Por qué sentimos que es necesario romperlos con el fin de estar cómodos? aunque esos silencios se produzcan durante una conversación con nuestro propio yo interior.
Buscar soluciones dentro de una caja de cemento con techo de yeso no sirve, buscar en Google tampoco. Apelo a mi memoria, ¿qué memoria? no a la diaria, la que utilizo todos los días para manejarme con la vida ¿qué vida?, bueno, para manejarme con el mundo ¿qué mundo?, bueno, ¡basta! para manejarme, y descubro que mi memoria de lo que sea, está dormida.
En algunas oportunidades se me prende una lucecita y comprendo que hay algo en la memoria, algo intangible, algo que cuando pasamos vista a la tropa de recuerdos se nos pasa por alto, pero que está allí, cual araña tormentosa que en cualquier momento aparece, nos pica y nos mueve los dedos hacia una historia. Y digo los dedos, sí esos apéndices que le prestamos a quien quiera que sea que ocupa nuestra mente para que escribamos en nuestro nombre algo que él pergeñó y que nos dicta en el silencio de nuestra sesera, ese silencio que de pronto se colma de palabras y de voces que ni sabemos cómo hicieron para entrar.
Lo que más bronca me da, es que ese recuerdo, ese aroma, ese instante que nos pasó tan desapercibido en su momento, se presenta como algo insultantemente invasor y nos exige que lo saquemos a la luz sin ningún tipo de consideración con nuestra imagen, la que tanto nos costó elaborar y vender al resto del mundo ¿qué mundo? Y vuelvo otra vez a las preguntas tontas, que este molesto invasor que se apodera de mi pensamiento ¿qué pensamiento si no tengo ninguno? bueno, que se apodera de ese lugar dónde deberían ir los pensamientos, ese molesto Dictador me dice qué escribir, como por ejemplo, esto que salió así, de su propio peculio, no del mío, en un momento y con la molesta imposición de firmarlo con mi nombre para que se rían de mí y no de él, que en definitiva es el único culpable de mis desvaríos.
María Magdalena Gabetta |