Mientras vas tejiendo con tus palillos ese chaleco que se te metió entre ceja y ceja que me lo terminarás antes que acabe este invierno, yo urdo una corrida de palabras encaminadas a cubrir tu cuello de epifanías, grácil encanto que sobresale airoso desde tus hombros dibujados para lucir cualquier prenda y que sin ellas son el éxtasis y el deseo. Un par de corridas has hecho en el tiempo que yo empleo para definirte y no sé si escalar o descender por los recodos de tu geografía sinuosa. Punto a punto, palabra a palabra, tus manos ágiles sosteniendo esas agujas que se conciertan para tratar de imaginar aquello que tratará de abrigarme y yo desnudándote a trazos, como un pintor que va plasmando sobre la tela una obra que palidece ante tanta perfección.

Pero la jornada ha sido ardua y tu tejido pareciera no avanzar. Y yo me quedo extático en la contemplación de tus ojos que derivan del verde al avellana y que poseen la facultad de expresarlo todo, absolutamente todo sin que algún otro gesto acompañe este prodigio. Y te desnudo con una tenue brisa que descubre tus muslos mientras tu palilleo pareciera reflotar, me sonríes y entre tejido y palabras, no sabes que sólo tu piel te viste mientras en tus manos ya se avizora lo que será una parte de mi chaleco.

Palillos y tejido yacen en el piso. Y ya sin luz, intento redibujarte con estos dedos míos que se vuelven locos y te estudian y esculpen antes que el instinto estalle en esta noche loca.