Sus ojos escrutadores lo atemorizaban desde las alturas. Sabiéndose libre de culpa, adentrarse a su reino lo llenaba de temblores, de gestos huidizos y miradas de soslayo. No era asiduo de templos ni de vanas confesiones y si alguna vez se enfrentó a ese sacerdote severo que lo contemplaba desde la penumbra, para que la pasada no fuese vana, se inventó un par de pecadillos insignificantes, algo así como haberle hecho una morisqueta a una fotografía o servirse un helado mientras el Bobby, su perro, lo contemplaba con avidez. Pero nada más.
Allí estaban esos ojos penetrantes, sintonizados con sus movimientos y él evitando esa pesadilla pupilar mientras sus manos asían algo y lo soltaban de inmediato. La culpa le remordía sin haber infringido ni la más mínima norma. Nadie más sufría esas aprensiones suyas, gente que se deslizaba alígera por todos los confines, indiferente al seguimiento de esos ojos inquisidores.
Y porque la culpa es algo inmanente al ser humano, porque las leyes, porque las costumbres, las miradas, los juicios, las presunciones y una cantidad inestimable de situaciones que van acotando su andar, ser culpable de absolutamente nada, ya significaba una culpa. Por lo menos para él. Y ser tan débilmente hechor de multitud de situaciones inocuas, lo intranquilizaba. Y esos ojos desnudándolo desde las alturas, le proponían un hostigamiento que merecía ser satisfecho. Caminó dos pasos vacilantes y por vez primera sostuvo la mirada ante la que no se le despegaba y de inmediato, ciertos aires de redención se le filtraron por las fosas nasales, por sus oídos y sus ojos y traspasaron su piel en la más increíble osmosis. Esos ojos, persecutores, parecieron vacilar, la mirada se refugió en la geometría de la techumbre, midiendo acaso los silencios entenebrecidos en cada rincón. Y para que la concordancia empalmara con las expectativas, reales o imaginarias, el hombre agarró dos frascos de perfume para que pesaran por fin en sus bolsillos como una culpa real y manifiesta. El guardia, encaramado en su altillo, continuaba evadiendo ese escenario, acaso sintiéndose también culpable de nada.
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