A veces bebo copas en mis ratos libres.
Y en mis ratos no tan libres, bebo botellas.

En mis ratos más demandantes, bebo tinajas, y me encierro en mi casa a gritarle a la puerta, de que no me deje salir hasta estar sobrio de nuevo.

Recién vuelvo a salir, cuando el tiempo libre vuelve, y la vida parece de colores. Me gusta hasta respirar y mirar a los vecinos para saludarlos. Ellos me saludan y hacemos un baile mientras sonreímos motivados por la felicidad que otorgan los tiempos libres.

Pero pronto vienen los días no tan libres, donde se sale esporádicamente al patio, con suerte a dejar la basura al cesto general. Los vecinos están ocupados, pero saludan cordialmente. Y yo los odio por dentro, y a sus perros que siempre ladran cuando entro al vecindario.

Ya en los días demandantes, cierro la puerta con doble llave. El gas siempre se acaba y no puedo encender la estufa. Los días se vuelven eternos y comienzo a gritar. No tengo ni ganas de buscar el recipiente para el licor, y agarro la manguera de la tinaja y le conecto una aguja de una jeringa que encontré por ahí, y me la clavo directo en las venas.

Que el licor entre hasta que mis días demandantes se acaben otra vez.