Zorrinita bajo el damasco
—¿Cuantas veces esperas por el? —dijo el zorro a la zorrinita
—Todas las veces que mi corazón lo diga, —respondió ella muy mimosa estirándose y moviendo su colita pomposa.
A lo cual su interlocutor para hacerse notar de ella se acercó diciéndole:
—Esa rayita blanca que va desde tu cabecita pasando por tu espalda hasta tu colita denota gran belleza.
Ella sonrió aceptando ese piropo e hizo ojitos y pestañas al zorrito de ojos verdes y de mirada pícara.
—El le dijo,— ¿quieres jugar?
—¡Sí! —dijo ella, pero antes, tráeme una flor que quiero lucir en mi cabecita.
Zorrito de ojos verdes corrió por la pradera buscando una flor, dando saltos y piruetas, mostrando su destreza y habilidades para ella. Al cabo de un rato hallo una flor en forma de corazón, con su hocico la olió, olía tan dulce y delicada que de seguro le gustaría a ella, así que con sus afilados dientes la cortó llevándola a zorrinita, pensando en lo feliz que se pondría ella, y así aceptaría su invitación a jugar.
Zorrito partió dando pequeños brincos donde zorrinita llevando en su hocico la preciada flor, llegó donde Clementina (así se llamaba ella) depositando la flor a las patitas de ella, Clementina se acercó a la flor agachando su hociquito y oliendo lo perfumada que era, la tomó con sus dientes pasándosela a zorrito.
—¿Podrías por favor ponerla en mi orejita izquierda?, así podré lucirla mientras jugamos, —acotó ella muy coqueta moviendo sus pestañas.
El se acercó a ella con suma delicadeza apoyando la flor en la orejita de Clementina y la deslizó quedando firme. Ella se veía esplendorosa, le daba un aire de encanto.
Zorrito la miraba extasiado, en eso ella lo miró y le dijo:
—Gracias zorrito, —estoy muy feliz con tu regalo, “hoy no se sentía sola”.
Ella empezó a correr por la pradera seguida de zorrito, a Clementina le gustaba esconderse.
En dicho lugar habían muchas madrigueras donde esconderse, zorrito conocía algunas, pero Clementina conocía toda la pradera y otros escondites en árboles añosos como aquel roble que se distinguía por su gran altura y dominaba la pradera.
Todo era juego y algarabía entrando y saliendo de las madrigueras, ella decidió esconderse pero no en una madriguera bajo tierra sino en el viejo roble, era su escondite preferido.
Miraba entre la madera desgastada del árbol viendo como zorrito la buscaba, llamándola:
—Clementina, ven, ¿donde te escondiste?
Ella se reía muy traviesa en la madriguera del roble.
Zorrito la buscaba de madriguera en madriguera sin dar con ella, hasta que agudizó su instinto y ¡jolines! Miró fijamente hacia el viejo roble dando pequeños saltitos llego hasta allá y la vio, ella era la zorrinita que lo saludó:
—Hola zorrito, jejeje, —me has encontrado.
A lo cual zorrito dió un salto cayendo sobre ella, ambos dieron vueltas y vueltas sus colas y patas formando una pelota peluda y riéndose los dos, ja ja ja.
Vió como la rayita blanca de la cebecita de zorrinita se levantó al solo tacto de el cuando hundió su hocico en ella, eso hizo dar saltitos a zorrinita poniéndose más contenta aún.
Luego corrieron un poco más buscando trufas, flores, jugaron otro poco más, hasta que cansados se dejaron caer en la hierba entre las flores mirando a las estrellas que empezaban a salir.
Zorrito azul le regaló a zorrinita esa noche prístinas estrellas azules y un beso de hociquito, diciéndole:
—“¡Seré tu zorrito azul, todas las noches en luna llena, y en cada una de las estrellas!” mientras miraban la vía láctea, juntos los dos esa noche, ocurrió una lluvia de estrellas que resplandeció en todo el cielo iluminando el paisaje como si fuera día.
Los zorritos se quedaron muy juntos contemplando la luz en el firmamento azul mientras entrelazaban sus colas.
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