Era la vida atormentada por estragos que dejaban marcas en sus pieles, y estelas de miedo y nostalgia brotaban de estas como viruta. La naturaleza se había ensañado con sus mentes y sus sueños, cual monstruo se erguía sin compasión. Era menester un cambio o la perdida inexorable de todo lo que conocían. Una pequeña sombra se levantó entre los escombros desolados de lágrimas y sangre. Avanzo pese a la incredulidad de su progenie; en cada paso erigía una fortaleza inverosímil, una sombra que crecía como la convicción en su proceder. Ahora no importaba su existencia, una vez llegado el (después de) esta resultaría nimia. Llego a la montaña más alta, vientos de zozobra le empujaban, le cegaban. Extendió sus brazos, se mantuvo firme y en un grito de conciencia sublevada, desafió el sino que los dioses le deparaban. Todo fue penumbra, su figura se difumino en las alturas. Cientos de sombras se levantan, secan sus lágrimas y unidos en un solo cuerpo de fervor y decisión, destruyen la desolación. Se abalanzan así, al lugar; ese que sería proclamado mito y consagrado el lecho perenne de un héroe sin reparos.