Yo no conocía la palabra.
Estaba en un grupo de literatura, cuando el profesor, nos dio unas cajitas para que olfatearemos su contenido, y así inhalando y cerrando los ojos, escribiéramos lo que iba surgiendo.
Todos pusieron manos a la escritura
Y yo me quede pensando
¿A que olía ese frasquito que sostenía entre mis manos?
Lejanos recuerdos del pasado, pero nada del aquí y ahora. O al revés
Por supuesto que el aroma me perturbaba mis narinas. Quería asomar mi nariz al de mi compañera, pero ella lo aparto en forma rápida.
Todos escribían, sentados en sus pupitres, como en la escuela secundaria. Eso si lo recordaba bien. Sentados con uniforme con medias azules, sin mucho bullicio, sin hablar con mis compañeros.
Es que era muy tímida. Apenas si cuando mencionaban mi apellido musitaba un presente angustiado y quedo.
Esos fueron años muy difíciles. El paso de la niñez a la adolescencia, dolorosa y cruel.
Iba a una escuela pública, y mis padres eran muy pobres. Mi padre iba a comer un comedor popular. Mi mama y yo nos arreglábamos con un puchero todos los días. Y Los jueves amasaba ñoquis.
Mi papa se ponía papeles de diario en los pies y en torso, para no tener frio en invierno.
Y los inviernos eran muy crudos en Villa del Parque.
Un día toco la puerta de nuestra casa que era alquilada a un señor que, creo que no nos cobraba el alquiler, una señora, muy distinguida. Tenía una bolsa que me dio en la mano.
Había pulóveres, botas, zapatos, medias de lana, guantes. Todo tenía un olor muy particular.
Allí aprendí la palabra misericordia, y así olía la cajita que me dio el profesor, aquel día de mi adolescencia.
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