De niño siempre pensaba,
Que al final del arco iris, estaba la olla de oro del gnomo de mi casa.
Por eso no me preocupaba, cuando a mis padres no les llegaba el dinero.
Yo iré a buscar la olla y ya está.
Un día que Manolita (Mi madre), se quejaba, decidí que ya era hora.
Me puse unas mudas limpias en un hatillo lo atravesé con un palo y como había llovido, comencé a caminar, en dirección al arco iris, que lucía esplendoroso, con sus colores intensos.
Pronto surgió mi primera opción-duda.
¿Hacia la derecha o hacia la izquierda.?
¿O hay dos ollas, una en cada punta?.
Decidí que lo haría hacia la izquierda, no me preguntéis Porqué.
Yo era muy pequeño para tener ideas políticas.
Pero comencé mi camino.
El arco se escondía detrás de una colina.
Cuanto más andaba, el extremo del arco iris, parecía más y más lejano y al pasar las horas, se veía menos nítido.
Empezó a anochecer y el arco iris se esfumó.
Di media vuelta y volví sobre mis pasos.
A la mitad de la vereda, empezé a ver gente que venía hacia mí.
No los reconocí hasta que les oí gritar mi nombre.
Encabezando el desfile, mi madre, que se había quitado la zapatilla y la enarbolaba en su mano, lanzando improperios.
Oh... no... Con lo cansado que estoy y otra vez a correr.
Mi tía Amelia, le agarró el brazo diciendo...
Deja que nos explique.
Cuando la comitiva oyeron mis razones, de los ojos de todos, brotaron dos lagrimones, como ciruelos de gordos.
Me dieron un abrazo que me cortó la respiración y volvimos hasta casa, no sin escuchar el sermón de mi tío
Batiste.
Que no hay ollas y que los gnomos no existen.
Ya, ya...
Pero cuando crezca y pueda andar más rápido llegaré al extremo, antes que desaparezca.
¡Os lo juro!
J@I |