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Inicio / Cuenteros Locales / vejete_rockero-48 / El dictador (Basado en hechos reales)

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Todo ocurrió a mediados de la década de los ochentas; para ese entonces yo contaba con diecisiete años de edad, y hacía solo un par de meses que había terminado el colegio. Como todo joven de aquella época (azotada por una terrible recesión y desempleo), pasaba los días pensando que diablos haría con mi vida; cuando la bendita providencia me condujo a matricularme en los cursos de arte que impartía el instituto ingles de la ciudad. Y para esta nueva aventura, requeriría con urgencia de un trabajo estable que solventara mis gastos. Así que incansable comencé la búsqueda de alguna labor remunerada de medio tiempo.
Pasadas algunas semanas, fui contratado como asistente de sala en una importante empresa nacional; donde mi rol consistía en la manutención de las instalaciones, la clasificación y tramitación de correspondencia, y de vez en cuando, llevar café a los dos gerentes que laboraban junto a los agentes de ventas que completaban la plantilla de trabajadores de esa estación.
En consecuencia, era un trabajo de medio tiempo, con un sueldo decente, que alcanzaba para pagar mis estudios.

_ ¡Don Hernán llegó mi general, y viene para acá!_ Gritó Alicia Gormaz muy agitada. Creo que venía corriendo desde la casa central de la firma (Que quedaba a unos dos kilómetros de distancia), en donde cumplía la función de jefa del personal.
_ ¡Todos presentarse en la sala de ventas!_ Chilló Hernán Enrriqueto Vizcaya saliendo rápidamente desde su oficina; nervioso anudaba una corbata que nunca usaba_ ¡Luis llegó mi general!_ Desesperado llamaba al sub gerente de sucursal.
_ Estoy listo para darle la bienvenida a mi general_ Clamó Luis Castro Cepeda presentándose ante nosotros vestido de manera impecable; lucía como acostumbraba saco, una fina corbata, y portaba entre sus manos aquella vieja biblia que fuese regalo del Opus Dei cuando se alistara en sus filas.
Hernán Enrriqueto como jefe de local, rápidamente comenzó a dar órdenes especificas_ Los empleados, Jessica, Ricardo, y Jorge, a este costado. Yo junto a Luis nos situaremos frente a ustedes, y finalmente Alicia como jefa de personal al medio de todos_ Dijo con la prestancia que lo caracterizaba.
_ ¿Quién carajos es el general que llegó?_ Pregunté con un susurro a Ricardo que estaba a mi lado.


Aquí debo detenerme por algunos segundos, para relatar al futuro lector de estas memorias, que eran frecuentes las visitas de distinguidas personalidades a nuestras instalaciones. Mandatarios, senadores, concejales, alcaldes, y un sin fin de autoridades ligados a la política nacional, desfilaron por los pasillos de aquella empresa durante el tiempo que trabajé en el lugar.
Aclarado esto, continuemos.


_ Viene de visita Augusto Pinochet Ugarte_ Respondió Ricardo con una forzada sonrisa.
_ ¡Me estás jugando una broma!_ Clamé asombrado sin poder controlar la impresión_ ¿El mismo Pinochet del golpe de estado del año 1973?
_ Así es; el militar auto proclamado presidente de Chile_ Le escuché decir antes de ver aquellas cuatro limusinas color negro aparcando en la puerta de entrada.
De los vehículos bajaron soldados con uniforme de combate y fusiles de asalto; los acompañaban ocho hombres vestidos de negro, todos ellos con cara de pocos amigos.
Tres guardaespaldas ingresaron a nuestras oficinas para cerciorarse de que "estuviese todo en orden". Y tras observarnos con manifiesta desconfianza, indicaron a través de radios portátiles que todo estaba despejado.
Lentamente bajó el dictador, dibujando una fingida sonrisa en los labios. Y después de intercambiar algunas palabras con partidarios que al reconocerlo se acercaron para saludarlo, ingresó a nuestras dependencias.
Augusto Pinoche Ugarte, vestía un intachable uniforme militar, y como dicta la moda entre los dictadores latinoamericanos, desde sus hombros caía una coqueta y vistosa capa; esta prenda protegía su espalda y estaba posicionada de tal manera, que no ocultase la media docena de medallas que colgaban de su pecho.
Pinochet era un hombre extremadamente corpulento, que debía medir más de un metro y ochenta centímetros; poseía una mirada de continua desconfianza que ennegrecía un rostro curtido por un notorio recelo.
_ ¡Mi general, bienvenido!_ Alicia saliéndose del protocolo establecido, lo abrazó con gran ahínco.
_ Señorita Gormaz, siempre es un agrado saludarla_ El dictador besó sonoramente su mejilla. Era un secreto a voces de sus constantes enamoramientos, y las personas decían que el nombre de la actual alcaldesa de Iquique estaba en su lista de amantes.
_ ¿Cómo está usted mi general?_ Hernán Enrriqueto y Luis castro sonreían nerviosos.
_ Hernán tanto tiempo amigo mio_ Dijo Pinochet_ Luchito Castro, ¿Aun trabajando acá? Te hacía junto a tu biblia y al Opus Dei regenerando comunistas.
_ ¡Aun no mi general, pero muy pronto lo estaremos haciendo!_ Luis Castro hizo una pequeña reverencia antes de continuar_ Mi general, quiero que conozca a los trabajadores de nuestra empresa. Ellos son Jessica mecanógrafa y secretaria, Ricardo ventas en sala, y Jorge junior y estafeta.
_ Mucho gusto señor presidente_ Dijo Jessica_ Un placer conocerlo_ Acotó Ricardo.
_ ¿Cómo está usted?_ Pregunté cuando Augusto Pinochet apretaba mi mano mirándome con aquellos profundos ojos de color azul. Podía sentir toda su maldad emanando de aquella reptilesca mirada.
_ Así me gusta ver a la ciudadanía de nuestro país; jóvenes trabajando y esforzándose para salir adelante de esta horrible recesión creada por los comunistas_ Reflexionó el dictador como para sí mismo, sin ocultar el creciente odio por sus detractores. Debo decir que poseía una voz que encantaba, un timbre sutil y peligroso, como el siseo de la víbora antes de atacar a su presa.
Esforcé una sonrisa al verlo alejarse con Hernán, Luis, y Alicia en dirección de la sala de reuniones.
_ ¡Jorge, por favor tráenos cuatro cafés y unas donuts_ Pude escuchar la voz de mi jefe a la distancia.

Ha pasado más de tres décadas de estos acontecimientos, y con cincuenta años de edad transcribo esta vieja anécdota debido a que vino a mi mente después de una amena conversación con mi actual jefe. Él relataba que lo que fuese una gran empresa líder durante la década de los ochentas estaba en bancarrota y su cierre y quiebra eran inminentes.
_ Yo trabajé un tiempo allí_ Comenté en aquella charla.
_ ¿De verdad?_ Preguntó mi jefe, manifestando una clara sorpresa_ Debe haber sido entretenido trabajar allí, pues sé que muchos políticos de la época visitaban esa empresa en sus años de esplendor.
_ Una vez tuve el placer de conocer a un desagradable hijo de puta_ Reflexioné en voz alta, recordando el día en que el dictador apretó fuertemente mi mano.
Mi jefe con una sonrisa en los labios se limitó a mirarme intrigado.




Texto agregado el 12-06-2019, y leído por 229 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
26-08-2020 Vengo recomendada a este texto y no me defraudó. Es escalofriante e indignante cómo sucedían las cosas: estos grandes señores asesinos. Te dejo un abrazo, a no olvidar. MCavalieri
21-06-2019 Un desaire, una mirada extraña y eras el chivo expiatorio para estas bestias sanguinarias. Muy buena remembranza que se te agradece porque son crónicas de primera voz que nos da a conocer los entretelones de esos años de terror y abuso desmedido. Un abrazo. gui
18-06-2019 Ultranzas de una época dura para Chile y en general para latonoamérica en tu fabulosa narrativa, logré estrechar su mano en mi imaginación y sonreir fingidamente ante tan macabro personaje. Gracias por tu talento querido. Mis estrellas. mitsy
13-06-2019 La madre de un amigo, vuelve del mercado con un chango cargado con frutas y verduras, atravesando la vereda del teatro San Martín, justo en el momento en que sale de una Fiesta de Gala, el presidente de facto General Galtieri. Y sin proponérselo le bloquea el paso sobre la alfombra roja. Hay un instante de desconcierto e incomodidad. Ella, muy resuelta le dice: - Pero, ¿cómo, no es que las mujeres primero...? - A lo que él responde con un ademán de invitación a dejarla pasar. Marcelo_Arrizabalaga
13-06-2019 Muy impresionante. Me recordaste una anécdota que viviera una señora que conocí. Marcelo_Arrizabalaga
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