Eran dos solitarios en un país nórdico. Frio e inconmensurable. Trabajaban en un matadero donde carneaban a las vacas en forma vil.
El era jefe de personal, ella era encargada del control de calidad.
Estaban conectados en una forma singular. Por la noche soñaban que eran ciervos, que corrían por un lugar frio y desolado, cubierto de nieve, y luego se dirigían al lago pequeño de las inmediaciones.
Un día ocurrió un asesinato escalofriante y brutal.
Apareció una cabeza humana entre las reses. Tal fue la conmoción que los empleados al día siguiente se negaron a volver a trabajar. El gerente llamo a una psicóloga para analizar a todo el personal, y así se sucedieron las entrevistas personales, donde cada uno relataba su vida cotidiana, sus sueños y, con quien vivían y que hobbies tenían.
A la psicóloga le llamó mucho la atención al realizar las entrevistas que dos empleados relatan el mismo sueño.
Ellos ya habían conversado varias veces sentados en la cafetería, tímidos y circunspectos, y coincidían en sus sueños con los ciervos, mansos y apacibles.
Ella era autista, en sus relaciones sentimentales.
El tenía un brazo tullido.
La unión carnal fue dura, azarosa, previa a un intento de suicido de ella, pues para él, ella no tenía la energía erótica necesaria para unirse en el plano de lo físico carnal.
Fueron muchos encuentros, con muchos altibajos, donde las vulnerabilidades estaban a flor de piel.
A partir de allí los encuentros no estaban tan viciados, resultaron más amistosos y por sobre todo había compenetración física y química.
Los dos dejaron de soñar con sus amigos, los ciervos.
|