Por Jazbel Kamsky
CAPITULO SEGUNDO
El Santo hospital celebraba el 8 de junio del presente año 2000 su XXI aniversario de creación. Por lo que se desarrollaban, semanas previas al día central, diversas actividades dentro y fuera del hospital: concursos de baile, de canto, de creación de vestimentas con material reciclado, de decoración de los servicios, entre otros, días antes al central, se elegía a la reina y rey del nosocomio para el pasacalle, se preparaban los carros alegóricos, y en el día central, todos uniformados, de acuerdo al área laboral, desfilaban en la plaza de armas del distrito de Bellavista.
El tecnólogo médico, Jorge Lam, un fisioterapeuta de 32 años de edad, de rasgos orientales, atlético, de mediana altura y de cabello rapado, se hallaba mejorando el aspecto de la entrada al servicio de Medicina Física y Rehabilitación junto a tres compañeros tecnólogos médicos más, quienes al igual que él vestían uniformados con una chaqueta y pantalón de color celeste acero, colgando en el techo unas letras en 3D de bienvenida, organizando el periódico mural y pegando en las paredes mensajes positivos para los pacientes.
--Buenos días, donde puedo ubicar al licenciado Lam. –Preguntó un peculiar joven de 18 años vestido de ropa deportiva, de orejas sobresalientes y un tatuaje negro de calavera enrollada por una anaconda en el antebrazo derecho.
--Aquí estoy. –Jorge, sobre una banca de madera, volteó a verlo mientras dejaba de colgar en el techo una letra y descendía.
--Hola Piolín, disculpa Jorge, se me salió. –Todos en el ambiente empezaron a reír.
Jorge apoyaba a un equipo de fútbol de su barrio, equipo compuesto en su gran mayoría por jóvenes de bajos recursos pero de grandes aspiraciones, quienes lo apodaron como Piolín por la costumbre de vestir en los partidos oficiales del equipo con terno oscuro y corbatas de colores llamativos, estampadas de diversos dibujos animados: Silvestre, Piolín, Tom y Jerry, y otros.
--Carlos, vamos al gimnasio terapéutico. –Le indicó el licenciado al impetuoso joven.
El tecnólogo orgulloso lucía una foto familiar en marco de madera encima de su escritorio en el gimnasio terapéutico del Hospital San Martín de Porres. En la imagen se visualiza a su esposa, una mujer de tierna mirada, abrazándolo por detrás y dándole un cariñoso beso en la mejilla izquierda, asimismo a sus dos menores hijas, de ojos rasgados y sonrisas risueñas, de 4 y 2 años de edad, una de cada lado, cogiéndolo de las manos. Un corto suspiro ante aquella foto delató el porqué de su conducta paternalista ante los jóvenes del equipo, de apoyarlos gratuitamente con su recuperación médica en las diversas lesiones deportivas, pues Jorge valoraba mucho el tener una familia, y aquellos jóvenes soñadores, ahora también formaban parte de ella.
Habían pasado diez días desde el último partido de fútbol, Carlos presentaba leve dolor en la zona del muslo izquierdo, refirió tener en un inicio aumento de volumen del mismo, motivo por el cual Jorge le pasó un cinturón por detrás de las rodillas, sujetándolo por delante a una camilla, solicitándole luego que hiciera sentadillas de forma lenta y volviera a reincorporarse, así hasta lograr 20 repeticiones. Este primer ejercicio le ayudaría a potenciar los músculos del muslo.
--Quizás sientas algunos leves pinchazos en la zona de lesión, no te preocupes, es normal, poco a poco recuperarás la funcionalidad de ese miembro. –En el preciso momento en que Lam, le daba indicaciones al joven deportista, un administrativo del hospital, de baja estatura, pelo ondulado y crecida barba, ingresó con una filmadora al recinto.
--En las imágenes se aprecia al tecnólogo médico Jorge Lam Alfaro dando terapia física a un joven no asegurado al seguro social usando las instalaciones de la institución –relataba aquel hombre barbudo cada detalle del suceso acaecido, al estilo de Alejandro Guerrero, reportero de grandes documentales, muy conocido en el Perú-- aquí vemos al paciente realizando ejercicios específicos indicados por el fisioterapeuta.
--¡No es lo que crees! –Con el rostro descompuesto reclamaba Jorge al inoportuno filmador, algunas lágrimas de impotencia recorrían sus mejillas, se imaginaba lo peor, siendo despedido después de diez años de labores, dónde conseguiría nuevamente trabajo, qué sucedería con su familia, su mente se llenaba de incertidumbres, se desplomó de rodillas. --¡No me acuse por favor, no me acuse! –Le suplicaba.
A los pocos minutos, en la oficina de la dirección, se reunían con el director: el jefe de departamento de medicina, el cardiólogo Nicanor Contreras y la Jefa de Asesoría Técnica, la abogada Ruth Molina. Esta última, una mujer de rostro inerte como una muñeca diabólica de larga cabellera dorada, quien mantenía un amorío con el director del hospital, el doctor Roberto Pinares, cuya función no era menos importante que los demás involucrados en el logro de los objetivos propuestos por la nueva dirección, se encargaba de desvirtuar las acusaciones hechas en contra de su delincuencial plantilla de funcionarios, asimismo, alargaba los tiempos de algunos procesos administrativos cuyas pruebas eran evidentes, y creaba falsas acusaciones en contra del personal del hospital que reclamaban por sus justos derechos.
Sentados en cómodos sofás acomodados en forma de una letra “L”, el director y sus secuaces, se carcajeaban al ver las imágenes vertidas por un televisor de 55 pulgadas colocado en la pared posterior a la entrada de la oficina.
--¡Ese chino llora como una María Magdalena! –exclamaba Roberto antes de lanzar una sonora carcajada por segunda vez—repite esa escena, Nicanor.
--Tus deseos son órdenes para mí. –El cardiólogo estirando el brazo derecho, volvía a retroceder la escena tan aclamada con el control remoto.
Todo había sido planificado. Nicanor conocía de antemano del apoyo que les ofrecía Jorge a un grupo de jóvenes de humilde procedencia en el distrito de Bellavista, de su actitud paternalista con ellos. Sabía también que les brindaba terapia física en el gimnasio de la institución, entonces preparó el anzuelo. Se contactó con Carlos, el joven futbolista, le ofreció un trueque, un Jorge Basadre (un billete de cien soles) por un Jorge Lam.
Posterior al incidente, el doctor contreras se comunicó por teléfono con el afectado (el fisioterapeuta), le prometió mover todas sus influencias dentro del hospital para evitar que lo echen, a cambio, siempre hay un “a cambio”, de lo más sagrado que puede tener una persona, su alma. Jorge sin opciones no le quedo de otra que aceptar la arbitraria propuesta. Ahora los secuaces que manejaban el hospital a su regalada gana contaban con un aliado muy particular, uno al que podían hacer trabajar como esclavo si así lo querían.
La coordinadora del servicio Medicina Física y Rehabilitación, la doctora Sandra Portales, no tenía conocimiento de lo ocurrido. Estaba ocupada tratando de solucionar un problema tan importante como el acaecido con Jorge en el servicio, el diferimiento de citas para terapia física. Los pacientes pasaban atención médica con la doctora Portales, quien les indicaba la terapia a seguir, todo bien hasta allí, pero cuando se apersonaban a módulo para sacar cita de terapia física, los pacientes se daban con la sorpresa que no quedaban cupos, tenían que esperar tres meses o más para iniciar la terapia indicada.
--Toc, toc, toc.
--Pase por favor. –Contestaba la doctora Portales, al tiempo que abría la puerta del consultorio.
--Doctora, buenos días –balbuceando respondía una paciente de 62 años de edad con la mitad izquierda del rostro paralizado—soy la señora Ortiz, vengo a presentar mi reclamo sobre el retraso en las citas para terapia física.
--Señora Ortiz, mil disculpas por el inconveniente, he presentado hace dos meses a mi jefe inmediato, el doctor Nicanor Contreras, Jefe del departamento de Medicina, la necesidad que tiene el servicio de contratar tres fisioterapeutas más, para poder cubrir la brecha actual de pacientes que no reciben terapia física dentro del mes.
--Doctora, no es justo que tenga que esperar casi cuatro meses para poder iniciar la terapia física de la parálisis facial que he sufrido –decía la paciente, mientras se quebraba en llanto-- no quisiera terminar con mi rostro deformado.
--Señora Ortiz, le parece si la próxima semana me busca –afirmó la fisiatra a la vez que la consolaba con un caluroso abrazo-- me comprometo a iniciarle la terapia física personalmente de no solucionarse el problema.
--Mil gracias doctora --replicó la paciente mientras curioseaba su prominente abdomen y se animaba luego a tocárselo con ambas manos—va a ser varoncito, va a ser varoncito, que felicidad.
La felicidad es a veces un concepto difícil de entender, muchos opinan que la verdadera felicidad está en nosotros mismos, e inician incluso un proceso de meditación profunda en busca del autoconocimiento. Me pregunto entonces: ¿si todos nos conociéramos mejor se lograría tener un mundo feliz? Imposible. ¿Entonces qué es la felicidad realmente? Quizás sea sólo una utopía, una forma de encadenarnos a nosotros mismos, a nuestras creencias. La felicidad a veces parece ser antagónica a la libertad.
El día central del aniversario del hospital San Martín de Porres había llegado, el personal asistente se encontraba uniformado frente a la Plaza de Armas del distrito de Bellavista. Un cristo blanco redentor en el centro de la plaza de armas parecía darles la bienvenida a todos los empleados sin distinción. En el estrado se hicieron presentes, aquella mañana de jueves, la mayoría de autoridades de los diversos municipios del Callao, como también autoridades del seguro social y del ministerio de salud.
Los tambores resonantes anunciaron el inicio del paso marcial del primer batallón, conformado por la plana mayor del nosocomio, con el director a la cabeza y, los diversos Jefes de cada área y servicios. Los médicos presentes en el tercer batallón se susurraban unos a otros, murmurando el por qué el doctor Franco Ramos Esquivel, médico intensivista del hospital, marchó en el primer batallón, junto a la plana mayor del hospital, en vez de hacerlo en el tercero, con sus colegas médicos. El sol no se puede tapar con un dedo. La médica fisiatra, quien formaba filas en el tercer batallón y exhibía un embarazo de siete meses de gestación, se acabó enterando finalmente, que su servicio desde hace dos meses y medio contaba con un nuevo Jefe.
Continuará... |