Hace muchísimos años, en una pequeña aldea de labradores, vivía un inventor. Era el único inventor de la comarca y era admirado por sus vecinos. Aunque en un principio se habían escarnecido con él tratándolo de iluso, vago y fracasado, el tiempo les demostró que aquél del que se habían burlado, finalmente fue quien los ayudó a enriquecerse.
Ocurrió que un día inventó un anzuelo con un imán para pescar peces espada. Otro día inventó un barrilete con escoba para barrer las nubes grises, otro día inventó una trituradora para triturar malos sueños y así sucesivamente, día tras día inventaba algo y día tras día desechaba sus inventos por no poder probarlos en la realidad.
El anzuelo imán no atraía a los peces espadas, el barrilete no tomaba vuelo y los malos sueños escapaban como habían llegado. Cada nuevo invento venía seguido de un nuevo fracaso y los vecinos comenzaron a molestarse con el inventor, ellos trabajaban de sol a sol cuidando sus sembradíos y espantando como podían los pájaros que comían sus semillas empobreciendo sus cosechas.
Los labriegos veían al inventor como una persona que no hacía nada positivo y vivía gracias al trabajo y sacrificio de su mujer e hijos, quienes todas las jornadas trabajaban sin descanso y codo a codo junto al resto de habitantes de la aldea, mientras el hombre se quedaba en su pequeño taller elucubrando inventos inservibles.
Pero un día, cuando ya había desistido de ser inventor y se resignó a ser labrador, tuvo una iluminación y nació lo que sería su hijo dilecto, lo que lo llevaría a la fama y el reconocimiento de todos sus congéneres, inventó la máquina de espantar pájaros.
Los labriegos primero la miraron escépticos, pero cuando el inventor la puso en funcionamiento se admiraron al ver huir espantados a los hambrientos grajos y a partir de allí año tras año sus sembradíos y cosechas fueron los mejores de la comarca llevándolos al bienestar y la riqueza por el resto de sus vidas.
Fue entonces que el hasta ese momento vapuleado inventor, pasó a ser el hombre más admirado de su aldea y su invento en el cual no había utilizado más que un poco de paja, un sombrero y algunas ropas viejas, pasó a la historia.
María Magdalena Gabetta
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