Zepol plagiador
No hay peor ciego que aquel que no quiere ver. A los que piden pruebas, copien los links que les dejé en mi mensaje anterior en su buscador y podrán ver la comparación con las imágenes que se autoadjudicó zepol quien por supuesto no ha replicado nada al respecto y ahora se las da de bromista, (muy malo) En fin, lo que sea para evadir su irresponsabilidad y falta de ética.
Publicado en el mismo blog “En brazos de Saturno” les dejo esta joyita literaria publicada con fecha 19 de enero 2017.
jueves, 19 de enero de 2017
Absurdus copiae.
No es que me guste contar penas, pero cuando una de ellas se instala en tu hígado, y se empeña en alojarse allí sin pagar alquiler, a veces no queda más remedio que exorcizarla hablando de ella. Y es que si no lo vomito, mi vesícula -que anda inflamada, dicho sea de paso- revienta. Diría mi doctor: El coraje se tiene que sentir, razonar y luego soltar. Si te quedas con él, todo tu sistema digestivo se verá afectado. Y precisamente por lo anterior, para que la bilis no se me salga por los oídos, expongo aquí “la última”.
Supongo que todos deben conocer a una persona que es egocéntrica, o el típico alburero, o el que se la pasa hablando de un solo tema, o el que en todas sus pláticas se remonta a un punto específico de su pasado y que de tanto y tanto contarlo, lo vive como realidad alterna. Todos, absolutamente todos conocemos a alguien así, pero conocer a “esos todos” en una sola persona se transforma en una aventura inigualable (nótese el sarcasmo) hasta que te hace llegar al punto de querer asesinarlo o manchar tu reputación mentándole la madre en público; lo que suceda primero.
Tal parece que en estos tiempos acelerados, globalizados e invadidos por los medios, mientras menos personas tengas cerca, mejor. Aunque para personas sociables esto pueda parecer catastrófico, existen algunos a los que les resulta idílico ser cada vez más insoportables, inaguantables, insufribles, intolerables y otros sinónimos más. Adentro el aire bueno, afuera el aire malo. Sí, conocí a alguien así, y con tantas personalidades me di cuenta que en verdad su misión de vida es esa: ser un verdadero insoportable y partirle el hígado a cuanta persona quiera acercársele. Incluso tuve el tiempo suficiente para transformarlo en objeto de estudio y darle nombre científico a sus distintas maneras. Lo llamaré “Z” y haré pequeñas descripciones de cómo era insoportable (a bajo costo) aunque esto le implicó ser mandado al mismísimo carajo en el proceso.
1) Ego sum, locotus et cogitatum. Es decir, la crónica de él mismo. El típico y aburrido “yo esto”, “yo lo otro”, “yo pienso que”, yo, yo, yo. Cualquiera que busque ser insoportable debe comenzar por hablar desenfrenadamente de él mismo. Esta es una de las más repugnantes actitudes y vaya que “Z” lo hacía con gracia, arte y alegría. Daba lo mismo si lo que contara era bueno, malo o siquiera digno de contarse, lo relevante es que en cualquier conversación lograba meter su propia experiencia, su anécdota, su vivencia “en carne propia” aún cuando eso implicaba cambiar de tema abruptamente o bien, ser mirado con cara de “me importa un rábano tu vida, imbécil ¿Y eso a qué viene al tema?”.
2) Antiquus glorie vixi. Es decir, vivir de las glorias pasadas. Ya sean las propias o de la familia. Y mientras más deplorable era la condición actual, más insoportable era la gloria reflotada. Por ejemplo: “Z” no dudaba en invocar la nobleza de su estirpe cuando todos eran unos muertos de hambre, o inventarse empleos y estatus profesionales cuando lo más relevante que había hecho era terminar una carrera técnica en educación. Además de eso, renombraba de manera permanente aquellas décadas de niño, estudiante o “profesionista” en donde todo lo que vino antes y, por supuesto, después de él, era despreciado ipso facto.
3) Sempiternus culpae. Es decir “sentirse culpable por todo”. En una etapa inicial, echarse la culpa de todo lo que pasaba a su alrededor era la fase más incipiente de esta actitud. Esta forma se veía maximizada cuando aparece la del Calamitatis Rex (véase punto #6) y, con las chaquetas mentales agregadas, “Z” se transformó en un perfecto insoportable. Frases como “no eres tú, soy yo”, “¡Claro, yo soy el malo de la película!”, “Soy un fracasado”, “Tu mereces alguien mejor”, etc., terminaba por deshacerle el hígado a cualquiera.
4) Hedoris severus. Es decir, la pestilencia andando. Muchas veces mal valorado, esta forma era especialmente efectiva si de espantar a sus allegados se trataba. Mientras más verdes del asco los veía, mejor. “Z” juraba que no sudaba y que si lo hacia, sus líquidos eran bebibles pero no, no era así. Creo que debió tener una ascendencia francesa o nórdica que no le permitía poner un bote de desodorante en el carrito de supermercado, o algún extraño complejo de santo que pensaba que comprar un Axe era un pecado. Pero no sólo eso, tenía varias vías de ataque en cuanto a hedor se trataba: el aliento, las axilas y varios aditivos artificiales. Toda una cajita de Pandora.
5) Absentiae locotus filtrum. Es decir, disparar comentarios sin filtro alguno y sin diplomacia, dicho sea de paso. “Z” se encargaba de escupir dichos comentarios haciendo referencia a alguien cercano a quienes lo escuchaban. Mejor -y mucho más efectivo- era cuando los comentarios se referían justamente a los presentes, de manera que se sintieran directamente agredidos. Esta forma era bastante repugnante, pero lo era aún más cuando le sumaba la de Pater, Carbonicae Detrudere, es decir “Échale más leña al fuego, papá”. Inventaba romances, peleas, comentarios y todo tipo de rumores que sembraban la discordia entre los demás. A veces, yo le miraba fijamente y pensaba en decirle: “¿Y hoy sí te tomaste tu pastillita de Viagra, mi niño? ¡No se te vaya a pasar!”; pero me mordía la lengua. Una vez que la tensión había alcanzado el clímax y se hacía insostenible, era hora del gran final: volcarla hacia su propia persona, de manera de convertirse en el insoportable que buscaba ser (véase punto #3). A veces incluso, hablaba de otros con otros. El rictus perenne del “chisme de vecindad”, ya saben. Una amiga cercana era “la ñoña sumisa esposa de un traficante”, a la vecina de al lado no la bajaba de “meretriz barata con poca masa encefálica y aires de niña fresa” y todos los hombres eran unos gays, machos mexicanos o changuitos de circo.
6) Calamitatis Rex. Es decir, “The Drama King”. La sensibilidad extrema de “Z” ante comentarios, situaciones o cualquier cosa, era una actitud muy eficiente a la hora de ocupar el tan preciado puesto de “Insoportable”. Su proceso era simple: ante cualquier comentario, historia o situación, comenzaba a hacer pucheros, mientras sus ojos se humedecían y, aunque no era dado a las lágrimas, recurría a la memoria emotiva, o sea, recordar episodios tristes de su pasado para inducir el llanto. Aunque para ser franca, pocas veces lloraba pero era un agasajo verlo pellizcarse disimuladamente alguna parte sensible de su anatomía con tal de ponerse los ojos trémulos. Además, reforzaba esta técnica con historias tristes, comentarios ofensivos hacia su persona o situaciones que pudieran afectar, eventualmente, a cualquiera. Digamos que además de la teoría, la práctica era importante.
Pues así, señores, es como finalizo mi catarsis con una emotiva y cierta afirmación: Cada quién está en todo su derecho de actuar como le venga en gana y de vivir su vida como mejor le plazca, y los demás… En todo “nuestro” derecho también de mandarlo al mismísimo carajo.
Oratum est.
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Blog “En brazos de Saturno”
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19 de enero 2017. |