REENCUENTRO

Odio el calor, porque me quemo las patas cuando camino por los tejados.
Por eso me quedo a la sombra de mi olmo que me da peras sin que se las pida, y a veces hasta manzanas me da. No se pa qué, si los gatos no comemos ni peras ni manzanas, pero bueno, así es el olmo, algún día me dará una lata de atún, lo único que tengo que hacer es esperar y no pedírsela.
Estaba durmiendo allí mi siesta de las 11 a.m. re pancho, re tranqui, panza abajo sobre una rama con mis patas colgando a los lados cuando la vi subir a la terraza…
Era ella! mi amiga y vecina La Turca, la única humana con la que hablo.
Como de costumbre, estaba colgando las sábanas que a diario lavaba.
Ágilmente bajé del olmo y saltando sobre las chapas de zinc que ardían al Sol me mandé para su terraza.
Me senté a la sombra sobre la cornisa y empecé a lamerme las patas que me ardían.

- Ya te vi gato ¿qué no vas a saludarme?
- Si quiere…
- No se trata de que lo quiera o no, es una cuestión de educación. Las personas educadas saludan.
- Mirá vos… el pequeño detalle es que yo soy un gato y no una persona... por suerte.
Me miró como de costumbre, una mirada mezcla de odio y ganas de darme un puntapié en mi cuarto trasero.

- Oiga doña Turca ¿me parece a mi o está lavando menos sábanas?
- Algo así gato, son seis sábanas en vez de diez. Menos trabajo, más tiempo libre, más feliz…
- Y menos guita…
- Sí, pero estoy ¡feliz!
- ¿Por laburar menos o porque tiene menos guita?
- Ya te veo venir, no empieces.
- ¿Qué no empiece qué?
- Te estás pareciendo a mis vecinitos de La Cámpora con ese verso.
- ¿Cuál verso? Yo veo que usté está ganando un 40% menos, y ¿le aumentó el precio del jabón? Se lo pregunto porque a mí no me dejan entrar al supermercado y menos al del chino que tienen fama de morfar gatos como los rosarigasinos..
- Sí aumentó el jabón ¿y qué? Dicen que estaba con el precio muy atrasado.
- Ya entendí, los precios estaban atrasados y lo que usté ganaba estaba muy adelantado…

- ¡Gato! ¡No me tortures! Dejame en paz… - y empezó a hacer puchero, ese de llorar, porque pal otro no le alcanza.
- Supongo entonces dos cosas, la primera que usté lo votó al coso ese que le regalaba globos. La segunda que no me va a dar mi lata de atún de costumbre…
- Suponés bien, el atún está carísimo…
- ¿Y quiere que yo me ponga feliz también?

En ese momento una suave brisa descolgó un globo amarillo y desinflado, todo arrugado, donde se alcanzaba a leer “Cambio”. La Turca lo pisó hasta reventarlo y después bajó las escaleras hasta el patio mientras lanzaba un rosario de puteadas, que no se bien si iban dirigidas a mi o al globo del cambio.

Escuché el ruido de una lata de atún al caer del olmo y fui por ella. La macana es que el olmo me la dio cerrada y los gatos no podemos abrirlas, puta madre.

El Gato (Salem El Cuestionador)