Después fue tarde. El sol se despidió aquella tarde para siempre. El fin de las expectativas. El principio de las ofrendas florales. Contra todo pronóstico la vida post mortem existía. Pero a nosotros nos dejaron en la puerta.
- Quién lo iba a imaginar- exclamó un señor de barba adherido a un puro en su mano izquierda.
- De haberlo sabido- contestó uno mismo.

Y efectivamente. Era como, cabalmente, el Valle de los Caídos. Con la misma parafernalia. Pero a nosotros nos dejaron en la puerta. Sin expectativas de entrar por nuestra incredulidad manifiesta. Fuera, se oían risotadas, provenientes del interior. Sobre el duro banco- ad aeternam- estábamos Narciso Serrador y uno. Al menos me ha tocado un compañero imaginativo- pensé. Al poco salió un tipo con barba abundante, pero esta vez blanca. Creo que era el mismo Dios.
- Quién de ustedes es Narciso- inquirió.
- Yo- dijo el hombre.
Y va Dios y le saca una "calabaza"- que portaban dos ordenanzas féminas y ligeras de ropa.
No quería ni pensar lo que me iban a sacar a mí. Un "miura" o algo por el estilo- imaginé.
- Al otro- dijo Dios finalmente, si era verdad que era él en persona y no un subordinado-....
No le dejé acabar. Ya me podían echar galgos. Desde la distancia, vi finalmente, que sacaban un "supermirafiori" flamante, al tiempo que una señora con gafas- que no podía disimular que había sido de joven guapetona-, dijo como si pronunciara una especie de mantra: "Hasta aquí puedo leer". Pero era, quizá ya, para mí demasiado tarde.


Finalmente me desperté sudoroso. Hacía tiempo que no soñaba. O, mejor, que no recordaba los sueños. Me propuse firmemente dejar de una vez por todas los porros.