Regresé sólo para maquinar la forma en que te haría llegar el papel en el que minutos antes había librado una batalla entre escribir mi número telefónico o no. Volví con la esperanza de verte, de mirar como tus cejas se levantaban una vez más en señal de coqueteo, sin esperar que tu respiración se acelerara y que tiraras una botella ahí donde estabas, atrás de la barra del bar donde unas horas antes había estado con mis amigos.

Con tu nerviosismo y las miradas que avientas como redes, atrapaste el gran pez de mi atención, así comprobé que el coqueteo que había percibido antes era real, no lo había imaginado ni lo había interpretado mal.

Ahora no sé cómo dejarte el papel en el que he escrito mi número de teléfono celular. Pido un tarro de cerveza de un litro, y me vuelven a llevar botana, realmente no quiero comer ni beber, sólo quiero saber cómo te llamas y darte un beso. Pero no sé cómo acercarme sin que me vean tus compañeros. ¿Y si te meto en problemas? ¿Y si te corren por mi culpa? ¿Y si al verme frente a ti, aunque quieras y yo te guste, me rechazas para salvarte del despido o el regaño? No, esa no es una buena idea. Debo esperar.

Sería muy tonto ir a la barra a preguntarte algo y dejarte el papel de manera discreta, el mesero que me atiende ha estado muy atento, estoy seguro que al verme de pie, irá directamente a preguntar si necesito algo, y no podré decirle que sólo necesito tenerte esta tarde entre mis brazos.

Terminé mi cerveza. Miro mi cartera y hago cuentas, han pasado 40 minutos en los que el juego de miradas ha sido una constante y creo que sólo tendré otros 40 minutos para entregar este papel tatuado con dígitos de locura, tratando de recuperar el romanticismo que pudo morir afuera, hace un par de horas.

Y como si el tiempo regresara, pasamos del reggaetón a la música de los viejos tiempos, de la rockola escapa “La historia de un amor”, mientras en las pantallas continúan los videos silenciados de los cantantes del momento; Pedro Infante parece que nos canta desde el más allá. Como se nota que ya no estoy acostumbrado a escribir en papel, y mucho menos en servilletas, al rato, el reto será entenderle a esto que te escribo a ti, escribiéndome a mí.

He pensado en dejarte el papel en el plato, en la carta, pegado al tarro, enviártelo con el mesero, pero ninguna de estas opciones es la mejor, en esta tarde que parece que es devorada por el tiempo. Te pones tu chamarra, parece que has entregado cuentas y despiertas mi estado de alerta. Pienso en dejarte mi número escondido en alguna parte del baño, quizá detrás del espejo, pienso en mil formas de hacerlo, quizá deba apurarme y salir detrás de ti, doy tragos grandes y siento la imperante necesidad de ir al baño...

Y al salir, estás tú, diciéndome “hola”, bajándome los calzones de manera metafórica, me has agarrado por sorpresa, te doy el papel que llevaba conmigo, regreso a la mesa sólo para terminar, pagar la cuenta y salir. Afuera estás esperándome, mientras nos alejamos siento las miradas acosadoras y metiches de tus compañeros, estoy seguro que después de todo lo que ha sucedido se han dado cuenta, y se me caen los calzones de vergüenza, aunque seguramente más tarde, cuando ya no haya pudor, se caerán en la intimidad.