Por Jazbel Kamsky.
“El mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permiten la maldad.” Albert Einstein.
CAPITULO PRIMERO
--Ayúdame hermano, me están solicitando con urgencia que coloque a familiares de los aportantes al partido, y no conozco muy bien cuáles son las piezas de ajedrez que debo mover en este hospital para conseguirlo.
--Querido Robertito, no se diga más –respondió el enjuto Nicanor Contreras, Jefe del departamento de medicina y médico especialista en cardiología, mientras se pinzaba el extremo de sus bigotes sobresalientes con la punta de sus dedos dibujando a la par una media sonrisa maquiavélica-- tus deseos son órdenes.
Habían transcurrido ya treinta días desde que Roberto Pinares asumió el cargo de Director del Hospital San Martín de Porres en la provincia constitucional del Callao. El asumir un cargo tan relevante en un hospital del seguro social como éste no se da de la noche a la mañana, es fruto de meses y meses de relaciones políticas y sobre todo de pagos de cupos por debajo de la mesa, al mismo estilo de una empresa piramidal, donde uno asciende desde la base estafando a otros, aunque, no niego, que quizás puedan haber algunas excepciones.
Ahora el doctor Pinares, un médico especialista en medicina familiar, calvo y cincuentón, quien se acomodaba el peluquín sentado en un cómodo sillón en la oficina de la dirección del hospital, se sabía incapaz de llevar el timón de tan inmenso barco, pero a la vez conocía muy bien el difícil arte del engaño, de venderle a los demás cebo de culebra para curar sus peores males.
--Escriba señorita Marcela –Le ordenaba Nicanor Contreras a la secretaria del cuerpo médico contratada por él, "previo control de calidad" como sabía decir en son de broma cuando sus colegas del hospital se quedaban observándole el trasero-- SE RESUELVE: Asignar a partir de la fecha al Médico Intensivista –El jefe del departamento, haciendo una pequeña pausa, mientras le acariciaba a “Marce” (así la llamaba de cariño) el cuero cabelludo, recogiéndole hacia atrás de su oreja algunos mechones de negra cabellera, se acercó a su oído derecho susurrándole— Franco Ramos Esquivel como Jefe del Servicio de Medicina Física y Rehabilitación.
En el Servicio de Medicina Física y Rehabilitación se hallaba como coordinadora del servicio hasta el momento la joven doctora Sandra Portales, médico Fisiatra. La primera y única médico especialista en aquella rama de la medicina dentro del nosocomio, cuya apariencia a primera vista era intelectual, luciendo unos lentes de medida enmarcados a la antigua, una chaqueta de médico de talla M, una medida mayor a lo habitual, pues le permitía estar holgada y no comprimir su vientre, la principal razón: un embarazo de cuatro meses de gestación, pero lo que realmente le daba un toque de alegría, moldeando aquel aspecto intelectual, eran sus zapatos negros de charol sin taco con bolitas blancas de diversos tamaños como el dorso de una mariquita.
La resolución directoral entregada a la doctora Portales, precisaba en uno de sus párrafos: “La asignación de un Jefe en el servicio de Medicina Física y Rehabilitación deja sin efecto la presente resolución.” El tipo de contrato de la médica en mención le imposibilitaba el asumir la Jefatura del servicio directamente. Un Contrato Administrativo de Servicios (CAS) es un tipo de contrato a plazo determinado, sin mayor seguridad laboral. La fisiatra había aceptado asumir la responsabilidad de ser coordinadora a pesar de estar gestando, con la sana intención de apoyar a su servicio y verter su experiencia ganada en otros servicios similares donde laboró.
La primera jugada de ajedrez hecha por el cardiólogo Nicanor Contreras para complacer a Roberto, consistió en colocar como Jefe de Servicio de Medicina Física y Rehabilitación al médico más conflictivo del hospital, en otras palabras callarle la boca con un bono de Jefatura de mil soles mensuales, a pesar de no cumplir con el perfil técnico para ser Jefe de aquel servicio. Mientras la médica fisiatra, sin conocimiento de dicha resolución directoral, continuaba cumpliendo las funciones de jefatura como coordinadora del servicio.
Gracias a la asignación de dicha Jefatura se ganaría una suplencia de médico. Dicho en otros términos, se creaba una plaza de médico en el hospital con la cual devolver el favor a algún aportante del partido. Asimismo, y no menos importante, se ganaba un aliado fundamental, al conflictivo doctor Ramos Esquivel.
¿Pero quién es el doctor Franco Ramos Esquivel realmente? En apariencia se asemejaba a un perro rottweiler, con un esculpido cuerpo a base de anabólicos el cual ocultaba su verdadero yo. Un yo lleno de deseos incontrolables de convertirse cada noche de luna llena en una guerrera amazonas, en una mujer de salvaje belleza, deseos indomables que lo hacían exhibirse una vez al mes frente a un gigantesco espejo, en la privacidad de su habitación, luciendo faldas de diversos colores y formas, la mayoría de ellas entalladas a su piel como escamas de una sirena, blusas escotadas que dejaban sobresalir lo marcado de sus pectorales, y flores que emitían su fragancia primaveral colocadas al costado de su pabellón auricular derecho, al tiempo que parpadeaba seguido, moviendo sus pestañas postizas de arriba abajo al ritmo de su retorcido corazón.
Es fácil entender el porqué de su conducta conflictiva con los demás colegas del hospital, pues si no somos capaces de querernos y aceptarnos tal cual somos, entonces, no seremos capaces de querer y aceptar a nuestro prójimo tal cual es. El doctor Ramos inconscientemente no se aceptaba asimismo, siendo delatada por aquella imagen ante el espejo cada luna llena, motivo suficiente para creer que los demás colegas eran inferiores a él, sobrevalorar sus propias virtudes e infravalorar sus tamaños defectos. Un feroz animal enjaulado, quien realzaba el valor del oro de dieciocho Kilates con los que estaban hechos los barrotes de su jaula y a la vez era incapaz de valorar el aire de libertad al estar fuera de ella.
Los días, las semanas, los meses dejaron atrás al caluroso verano, se asomaban ahora junto a la brisa del viento, el otoño del nuevo milenio. El hospital San Martín de Porres, daba el primer signo clínico de grave enfermedad.
--¡Médico de guardia en medicina, se le solicita urgente en trauma shock! –Se perifoneó en dos oportunidades al doctor Moisés Apaza, un médico de mediana edad y de baja estatura, especialista en medicina interna, cuya principal característica física eran sus cabellos, todos parados, como si se peinara con un peine eléctrico. Eran las 11:34 h del 26 de abril del año 2000, el médico internista estaba en ese preciso momento evaluando a un paciente ingresado al área de observación, ni bien oyó el llamado se apersonó al área de shock trauma.
Aun sonaba la sirena de la ambulancia de los bomberos en la entrada al servicio de emergencia. El personal de salud tiene la habilidad de pronosticar incluso antes de abrirse las puertas traseras de la ambulancia, si es una urgencia o una emergencia. Las emergencias, aquellas enfermedades que ponen en riesgo vital al enfermo ameritan que este baje en camilla, las ambulancias por este motivo tienden a cuadrarse en retroceso, es decir ingresan al área de estacionamiento y luego retroceden perpendicularmente (a la infraestructura) hasta alinear sus puertas traseras con las puertas de emergencia. El doctor Apaza infirió entonces, al ver como estaba cuadrada la ambulancia, que realmente era una emergencia.
Al ingresar a shock trauma, El médico observó el monitor de signos vitales, el paciente, un hombre de 25 años aproximadamente, delgado y de tez clara, tenía una respiración jadeante, mostraba el famoso signo clínico del mapache –unas ojeras pronunciadas en toda el perímetro ocular--, los números en el monitor traducían un paciente con inestabilidad hemodinámica, un paciente que quizás tenía un sangrado interno.
De momento, el familiar interrumpió la evaluación del médico:
--Doctor mi sobrino tiene epilepsia y toma todos los días las pastillas recetadas por el neurólogo de este hospital.
–¿Usted estuvo en el momento del incidente?
–Si. --El anciano hombre retirándose una gorra del Sport Boys, el equipo de fútbol con mayor cantidad de hinchas en el Callao, exhibiendo una tez morena y unos cuantos dientes en mal estado, suspiró—Es mi culpa, es mi culpa doctor.
--Su familiar está muy grave. ¡Dígame que sucedió!
Las alarmas de pronto comenzaron a sonar, el paciente empezó a convulsionar, todo su cuerpo temblaba sin control, la capacidad de oxigenarse disminuyó bruscamente. El doctor Apaza, le solicitó a la enfermera de shock trauma, una señora añosa vestida de turquesa, de cabello corto y rojizo, que se le administre oxígeno por mascarilla con bolsa de reservorio, y una ampolla de midazolam endovenoso, a uno de los técnicos (ambos vestidos completamente de blanco, hasta el calzado), al más corpulento, le solicitó prepare el equipo de entubación, y al otro, uno de nariz aguileña, le solicitó prepare el equipo de cateterismo.
--Doctor, ya no tenemos midazolam.
--Colócale entonces una ampolla de diazepam diluida en cinco centímetros cúbicos de solución salina.
--Tampoco tenemos diazepam en el coche de paro.
--Rubén –así se llamaba uno de los técnicos—pide diazepam en farmacia, urgente. –Indicó el médico mientras se colocaba los guantes quirúrgicos.
No solo no había midazolam ni diazepam en farmacia sino muchos otros medicamentos fundamentales para un coche de paro. El desenlace por supuesto es fácil imaginarlo. Un médico capacitado en emergencias no es suficiente para salvar una vida. Una desgarradora imagen era la que se vivía ahora en los pasadizos del hospital San Martín de Porres.
El tío del difunto repetía desconsoladamente: --Yo tengo la culpa, le invité un vaso de vino sabiendo que su médico le había prohibido ingerir alcohol. Cuando los verdaderos culpables de esta desgracia estaban muy cómodos en sus casas, planificando una segunda jugada maestra.
Continuará… |