Y se desplomaron desde las alturas, tal si fueran aves dislocadas, las palabras Que Seas Feliz y el viento se ensañó con ellas, remeciéndolas con su soplo insurgente para desdibujar sus desvalidas figuras, las que se recompusieron, ondearon y se desplegaron ahora como banderas de una patria inexistente o sólo palabras simulando ser pabellones de residencias celestiales. Y cuando estaban a punto de desplomarse sobre una casona solariega en medio de la campiña, una línea oscura comenzó a alargarse desde su portón principal en lo que simulaba ser la peregrinación de hormigas obreras, que no lo era, sino un concurrido cortejo fúnebre encaminándose al camposanto. Y las palabras, sabiéndose ajenas a tal propósito, fueron remontadas por un remolino que las alejó de allí y de nuevo fueron banderas bastardas amigándose con las corrientes que las arrastraron a un caserío. Un hombre fumaba ausente en una plaza desierta y las palabras se dejaron caer ahora como pájaros para engalanarlo. Pero el hombre cantaba a su amor ausente y plasmaba su tristeza entre pitada y pitada, obligada pausa para los desgarros de su voz. Y las palabras, frustradas y entendiendo su sinsentido, se dejaron llevar hacia cielos algodonosos, para remontarse sobre valles que apenas se intuían desde la bruma.
Una bandada de patos cruzó indiferente y se perdió en la lejanía. Que Seas Feliz continuaron su vuelo sin carta de navegación, a la voluntad de un ventarrón que las envió a la infinitud de los océanos. Y desde las alturas divisaron los espejos que dibujaba el mar y fueron dirigidas raudas a una embarcación de amplios velámenes grises. Pero ahora era la patria de las gaviotas. Y frustradas, las palabras se entregaron a la deriva de las más emancipadas corrientes, que las trasladaron a países lejanos. En dichos territorios sufrieron el rigor de la ventisca, de la nieve y de la copiosa lluvia. Hasta que de tanto derivar, se quedaron enganchadas en lo alto de un suntuoso edificio para transformarse en su enseña. Las personas se arracimaban en las puertas de aquel conocido banco, para conseguir el crédito que les aliviará sus penurias y lograr de algún modo honrar a esas palabras que ondean ahora en lo alto.
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