No tuve la suficiente valentía para decirle la verdad.
Era su cerebro el que más excitaba, sus ideas, el que enseñara las poesías de Ezra Pound, el que recitara los versos endecasílabos.
Mientras yo le mostraba humildemente a los escritores de la página de los cuentos.net, navegábamos en la vasta cultura de su profesorado de filosofía.
Las películas las bajaba de la red ni bien las estrenaban, y gocé mirándolas gratis desde su computadora, mientras el dormía la siesta.
“Una mujer fantástica”, me pareció excelente, mientras que el dormitaba. A esa le dieron un premio al hombre trans que la protagonizó, en esa historia de amor tan conmovedora.
También conocí los versos de Djuna Barns, una poetisa pionera en lo erótico, nada comparable con Gioconda Belli_ me dijo
Lo nuestro duro poco, porque él no estaba en toda su gallardía como hombre. Según el, que había tenida mas de veinticinco amantes que lo habían idolatrado por su hombría y sus dotes amatorios, ahora no estaba en su apogeo carnal. Y eso lo desmoronó por completo cuando comprobó, que estaba en decadencia su cuerpo, y que su poder existía solo en su cerebro. Las veces que me dijo:
_Ándáte y no vuelvas más, porque no puedo enfrentar mi deterioro.
Y yo volvía una y otra vez a escuchar las palabras sabias de sus labios, aunque sabía que cada vez serian menos y que al final lo absorbería la soledad indómita de estar con su singularidad a cuestas.