Nos invade la fe un día porque sí.
Innecesaria se hace la pregunta
por aquello que la sustenta.
Ante nosotros, sin dudas y
tendida, como una invitación,
se halla la vida.
Hoy es otra la historia, con otros nombres, otras preocupaciones y otras alegrías. También es otra mi invención.
Me dije a mí misma: Es hora de crear nuevas alegorías para las nuevas pasiones.
Ayer un viento conocido se acercó a mi casa, golpeó puertas y ventanas; por momentos se calmaba y parecía que se había alejado. Pero no era así. Estaba como enroscado sobre sí mismo, agazapado, esperando mi olvido. Él no sabía que yo estaba preparada con todos mis recursos a ofrecerle resistencia: las ventanas cerradas, apenas permitían el paso de una fina raya de luz; la suficiente para poder tener la parte exterior de la casa bajo control. Mis oídos estaban dispuestos a discriminar los ruidos exteriores de aquellos que forman parte de la vida cotidiana y que se producen al interior de la casa.
Cuando el trabajo se distribuye racionalmente y todos los miembros del equipo tienen espíritu de colaboración, nada es imposible. Mi equipo está compuesto por todas las partes de mi cuerpo; ya sean pares o impares: ojos, manos, pies, orejas, corazón, boca, etcétera. La vida en su discurrir nos lleva a generar nuevos deseos. Deseos que, como bien lo afirmaba Hegel en su Fenomenología del Espíritu, van impulsando las ganas de vivir. Yo esperaba que mi deseo se cumpliera; que llegara el hombre de los libros. Para ello le pedí a Hermelinda que trabajara sobre una vela roja enlazando nuestros nombres. Pero nunca le puse un plazo a mis esperas. Todas las tardes lo veía rodeado de sus libros y algunos clientes. Cuando me veía, saludaba y yo comenzaba a preguntarle por el precio de algún libro que, -en ocasiones, muy pocas- compraba. Ambos sabíamos que era un ritual que nos complacíamos en actuar casi diariamente.
Las esperas, contrariamente a lo que se dice de ellas, tienen -para mí- un aspecto calmo, silencioso y -hasta diría- juicioso. Son como alfombras fatales que le tendemos a los seres y hechos que esperamos. Totalmente invisibles, sólo pueden llegar a ser conocidas si, por un capricho nuestro, las nombramos. Ellas -las esperas- tampoco sabían si serían bien aceptadas o tendría que esconderlas en el ropero. ¿Quién puede saber cómo reacciona el que llega y no sabe que lo esperan?
Con el espíritu tranquilo y en paz puedo pensar alternativas, similares a una partida de ajedrez entre yo y yo; y nunca sabré cuál tiene más futuro... Por otra parte, ¡qué importa cuál es la alternativa promisoria si siempre seré yo quien las lleve a cabo a cualquiera de ellas!
Siguiendo con la espera del pequeño hombrecito, estoy preparándole un regalo. Es un pensamiento ajeno que creo le gustará tanto como a mí.
"El tiempo, inexorable, va fluyendo. ¿Qué ha sido de Bagdad y de Balck?
Un leve roce puede matar la rosa. Bebe y mira las estrellas. Medita en las culturas que se tragó el desierto."
Sólo Omar Khayyam puede recomendarte tan abiertamente que bebas para vivir.
Mientras el tiempo pasaba yo meditaba en lo tonto que es dejar pasar un solo día sin perderse en divagaciones laberínticas sobre lo positivo o negativo que es esperar al otro o no esperarlo; decir te estoy esperando/ te estoy esperando desde hace tantos años y todo ese tiempo saltando de flor en flor como una gentil mariposa preocupada por encontrar la causa última que hace que lo que es, sea. En fin, hago lo que hacía la otra Alicia:
"Y no más arrinconarse y cavilar"
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