El momento es el perfecto, mejor ambiente no podría haber. Solo en el silencio y en la seguridad de mi dormitorio, con luz natural, respiración agitada y un cúmulo de ideas, pensamientos y emociones dando vuelta en mi interior. El papel en blanco descansa sobre la suave madera y el lápiz se mantiene refugiado en el cajón de la izquierda. Froto mis manos y me dispongo a escribir una obra maestra. Miro hacia arriba, intentando ordenar mis ideas. En ese momento tomo el lápiz, quien debido al temor, tirita entre mis ansiosos dedos. Tiene miedo, y lo entiendo, porque en unos instantes más, su sangre, su vital líquido, fluirá sobre el papel, dando vida a mis sentimientos. La hoja, resignada, espera tranquila, a que una vez más la utilicen con el propósito de este inexperto escritor. La inspiración eleva mis motivaciones y me mantiene atento a cada segundo. Me inclino en el escritorio, dispuesto a escribir. Pero... si... pero... siempre ha de haber un pero... no sé que escribir... no sé que estampar en el papel... no sé que magníficas líneas redactar con el lápiz ahora sereno... no sé que escribir, porque no sé con certeza quien soy, ni sé ni conozco mis sentimientos, ni ideas ni pensamientos. Sólo sé, que una vez más, ha quedado en la basura de la ineptitud y de la mediocridad, un nuevo escrito, una nueva obra, que seguramente, cuando vea la luz del sol, sorprenderá a los más escépticos, a los más críticos y a los más insensibles.
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