Carezco de la audacia preliminar en
los juegos pasionales, esa que tan
engreídamente extienden algunos
sobre el impávido terliz estremecido
de la musa.

Más le permito a mis dedos ser la
expresión furtiva de imaginación,
en la que puedan romper fronteras
ambiguas, y sonreír en el reflejo
de tu mirar.

Al tacto casi levitado pero profundo.
Y que por eso los poros se abran en
un grito de asombro; y observen
extasiados el paso lenitivo de la
cálida sombra que te abruma, sin
dejar espacio libre.

Los desplazo en una tristeza
contemplativa, hasta el pozo de
tus labios temblorosos, y ya
embebidos de tu tibia saliva,
recorro el camino nuevamente,
esta vez en un afán tímido
hacia el lecho placentero que,
húmedo, me acoge con premura
en su hondonada que es más que
un gemido, un vaivén regodeado en
el gozo de tus ojos, y tus senos que
asienten armoniosos.

Es la entropía perfecta que te define
como mujer, a través del abismo
insuperable de nuestra humanidad.