Todos esperaban de mí que fuera un sacerdote, me metieron en un colegio de sacerdotes, a pesar de que mi curso favorito no era Religión más bien era Geografía Historia y obviamente Literatura, era un devorador de libros y un escritor amateur onanista a oscuras, mi madre insistía que me uniera a la orden de los sacerdotes, así que el siguiente paso fue ser seminarista, incluso preparaba a chicos para su Confirmación en la fe católica como Catequista. Había leído mucho de San Tomas de Aquino y Teología. Siempre nos confesábamos, era parte del proceso como seminarista, yo era el favorito del Padre Cristóbal, cincuentón delgado, calvo, con apenas de dos penachos de cabello cano en cada oreja, usaba anteojos y lentes de sol para verano, con su sombrero negro de bombín. Pero en esa confesión de fin de curso, mi relación con el Padre cambio, trato de convencerme de que no siguiera el camino del sacerdocio. Pero en vista de mi negativa, trato de convencer al consejo de sacerdotes, no entendía porque cambio de parecer y me sacaron. Me sentí mal, me deprimí, regrese a casa de mi madre, le conté a mi madre, ella fue a hablar con el padre Cristóbal, con el consejo de sacerdotes, no logró convencerlos de que regresará.
Terminé trabajando en una librería, vendiendo libros. No quise esforzarme para postular o entrar a una universidad para tener una carrera, vivía con mi madre. En el horario de refrigerio me iba a un parque cerca de esta librería, donde había adolescentes, haciendo ejercicios, jugando. Mientras comía un sanguche, pasó algo inesperado, tuve una erección, me sentí raro y un poco avergonzado. Fui al baño del trabajo a echarme agua. Esto no me había pasado antes. Sé que no había tenido experiencia sexual desde que estuve en el Seminario porque era la vida que había decidido tener. Pero esto empezar a más a menudo, en el carro, en el vecindario, cuando veía pasar a chicos de la escuela o en buzo o con short o ropa deportiva. Empecé a sentirme mal. No se le conté a nadie. Así que empecé a llevar un alfiler en el bolsillo para pincharme ahí cuando me volviera a pasar. Sentía que eso no estaba bien que me pasará. Pero no paro, quise inventarme alguno castigo físico como Santa Rosa de Lima pero sé que no funcionaría así que decidí probar lo contrario, no ir contra la corriente, porque total no tenía experiencia en eso. Así que con todas las tardes, empecé a ir al parque a comer mi refrigerio y ver esos jóvenes jugar partido. Me arriesgué un poco más, decidí empezar a tomarles fotos con el celular, en las noches, las revisabas, aparecía la erección, hasta que termine masturbándome. Esa primera noche lloré, me sentí avergonzado. Las demás noches ya no.
Empecé ir más a menudo al parque, ya no solo cuando trabajaba sino en mis días libres, a veces llevaba algún libro para leer, también escribía, obvio siempre con algo para comer o para invitar, hasta que así conocí a Alfredo tendría 15 años, siempre iba al parque para jugar con sus amigos, pero me dijo que él se entrenaba para un equipo conocido, su sueño era convertirse en el mediocampista de la selección, pero jugar para el Barcelona. Yo no sabía mucho de futbol, el me enseño, yo le llevaba una botella con agua, luego para sus amigos, me volví como el padrino del equipo de ese vecindario. Me presenté como ex seminarista. Invite una vez a Alfredo a mi habitación, almorzamos, vimos televisión conversamos, en un momento se tuvo que ir al baño, lo seguí cuidadosamente, dejo la puerta entre abierta, lo vi orinar, se me erecto, trate de ocultarlo, fue inevitable, Alfredo se dio cuenta, se incomodó, se despidió y se fue. Lloré y luego me masturbe.
Decidí no volver al parque, no fui a trabajar por varios días, no sé si me despidieron, deambule por las calles, hasta que llegué a una parroquia, decidí confesarme, al sacerdote tras las rejas, le conté acerca del colegio, de mi noviciado, de mi salida del noviciado, de mi trabajo, cuando empezaron mis deseos y como se sentía ahí, yo estaba empezando a decir como Vesubio… y el padre completo… en mis pantalones. Me quedé atónito, el sacerdote abrió su rejilla y era el Padre Cristóbal, lo abrace y lloré. Empecé a decirle que esto era un castigo por no ser haberme convertido en sacerdote, empecé a reclamarle porque me había quitado esa oportunidad. Guardo unos segundos de silencio, empezó a contarme que él había pasado lo mismo que yo, me quede sorprendido pero quería escuchar más, que recordó todo lo que había pasado, cuando escucho mi confesión de fin de curso, donde le contaba de lo bien que me sentía siendo catequista, mi cercanía con los chicos, el padre recordé que él había pasado por lo mismo que se lo confeso al Padre Lucio para ayudarlo, al comienzo, empezaron con ayunos, con ejercicios físicos en la mañana, aumentaron por la tarde, hasta llegar en las noches. Hasta que empezaron las visitas al padre en las noches, para quitarle los deseos carnales del seminarista, el Padre Lucio se quitaba sus deseos con el seminarista Cristóbal, cuando escuché el nombre del Padre Lucio, me sorprendí, porque había llevado Geografía con él, y notaba que era muy cariñoso con los chicos, era muy apasionado de los volcanes, sobre todo del Vesubio. El Padre Cristóbal había bloqueado esos recuerdos durante años, porque pudo controlarse, se convirtió en sacerdote, al comienzo cuando sentía esos deseos, visitaba al Padre Lucio. Ya cuando dejo de sentirlos se olvidó de todo ello, se hizo un voto de silencio implícito entre los dos acerca del tema, por eso decidió echarme para que no pasará lo mismo, me preguntó: ¿Has pecado, hijo? Le respondí: No, Padre. ¿Cediste a tus deseos? Pregunto, No, le respondí, agregué pero lo intenté. El Padre me pregunto: ¿Concretaste?, le respondí que no que por eso estaba ahí. El Padre Cristóbal me dijo: Entonces, estás listo. Retome el Seminario, pero aparte asistía a un grupo para ayudarnos a controlar esos deseos, donde también participaba el Padre Lucio, se llamaba el Grupo Vesubio, donde habían diferentes tipos de ejercicios incluso uno donde incluía masturbaciones grupales.
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