A la vela del barco del tiempo le dedico palabras que intenté inventar al despertar esta mañana cuando salí a navegar.

La casa caminaba en sentido contrario al amanecer y huía de la luz que se veía sobre las montañas. Más allá de la costa, más allá del horizonte, más allá de mi vista.

El mar nos recibía abriendo el espacio y ofreciendo su lecho oscuro y húmedo, lleno de rocas que se embarcaban con nosotros y nos parecían bienvenidas.

El sol casi nos tocaba las espaldas.
El viento empujaba nuestras caras.

Todo el océano estaba presente en el abrazo delante del reflejo.

Un peso en los hombros.
Una fuerza que evitaba esconder los latidos de mi pecho.
Una figura bailaba y tus ojos se humedecían de alegría al regreso de mi rutina.

Mi nombre es el eco submarino de un grito ajeno. Mi fuerza es el torrente de las mareas que trajiste a mis veredas.

Un navegante con tantas historias como vidas.

Tu respiro es el tesoro sumergido y perdido. Un cajón de madera lleno de tu voz, de tus palabras, de tu risa.

Mi llave es la calma de las crestas de agua. El arenal humedecido que sobra bajo las suelas. La última gota salada que cae antes de atravesar la puerta.

Miro hacia atrás y el oficio me agradece en paz. Mañana será otro día.

Dame un beso, durmamos algo, amor mío.
La cacería estuvo buena.

Hay pescada, machas y almejas.