Mi abuegato… bueno, uno de ellos, porque mi mamá todavía no sabe decirme quien fue mi pá, me contó una historia de hace mucho pero mucho tiempo atrás, creo que era de ayer.
Resulta que en un pueblo vivía un señor conocido como El Ladrón que le robaba cosas a una señora llamada La Víctima que estaba casada con Doño El Honesto. El Ladrón, después de robarle a La Víctima, le vendía por dos monedas lo que le había robado a El Honesto que se alegraba de hacer tan buen negocio, y así una y otra vez.
Como doña La Víctima se quejaba, el señor El Periódico lo escribió en sus páginas y así se enteraron El Vecino y La Vecina del pueblo que se preocuparon y también se quejaron por lo que sucedía.
Esto llegó a los oídos de un político llamado El Alcalde del Pueblo, y se preocupó, pero por él, ya que esta noticia podía desacreditarlo con toda la comarca. Entonces mandó a buscar a uno llamado El Policía y le ordenó que haga algo al respecto. El Policía, preocupado porque podía perder su trabajo habló con un tal El Juez que le dijo que vaya y busque a ese tal El Ladrón y si tenía cómplices que también se los llevara.
Este hombre, El Policía, empezó a deambular por el pueblo hasta encontrar a El Ladrón y lo detuvo. Junto a él estaban El Corrupto, El Estafador y un tal El Evasor, y aprovechó para llevárselos a todos al calabozo.
Después vino El Juez acompañado de uno llamado El Fiscal y otro de nombre El Abogado. Deliberaron un tiempo largo y finalmente decidieron mandar a El Ladrón, El Corrupto, El Estafador y a El Evasor a que los tenga un tal El Carcelero en la cárcel que este hombre tenía. Y allí encerró a los cuatro.
Al principio la gente estaba feliz, pero a medida que pasaban los días y personas como El Honesto ya no tenían a quien comprarle cosas baratas, ni El Empresario con quien hacer buenos negocios… y como además pagaban impuestos para pagarle a habitantes como El Policía que ya no era necesario, o a El Juez y El Fiscal que tampoco ya servían, decidieron pedirle a El Alcalde que los eche y así ahorrarse parte del dinero que pagaban cada mes por impuestos.
El Alcalde, se volvió a preocupar, porque como buen ser taimado que era, pensó que en ese plan de ahorrar también dejarían de necesitarlo a él.
Entonces mandó a llamar al El Policía, a El Juez y a El Fiscal. Se reunieron y deliberaron entre copa y copa hasta que llamaron a El Empresario, a El Abogado y a El Honesto, y sin que se enteren El Periódico, La Vecina ni el Vecino. Así fue que decidieron liberar a El Ladrón, a El Corrupto, a El Evasor y a El Estafador, jurando entre ellos mantener el más absoluto secreto de lo acordado.
Fue así que El Ladrón volvió a robarle a La Víctima que se volvió a quejar con El Periódico que llamó a El Alcalde que le prometió otro par de monedas para que publicite sus obras de gobierno en vez de las quejas de La Víctima. Así El Vecino y La Vecina vivieron más tranquilos y sin enterarse.
Y todo continuó con normalidad, mientras El Alcalde le prometía a los habitantes del pueblo el oro y el moro.
Unas tardes después llegó un tren al pueblo, y bajó un hombre con sus petates. Se dirigió al hotel del pueblo para alojarse allí hasta encontrar una casa donde vivir. Entonces El Conserje le preguntó su nombre para registrarlo, y el hombre le dijo: me llamo El Asesino.
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