Escribo desde Gui, mi nick-vivienda que arriendo, la que me identifica y que en estos momentos se me conmina a desalojarla. Este sobrenombre me acompaña desde 2003 y es el cascarón bajo el cual me he cobijado para subir cuentos, poemas y otros artículos de índole inclasificable. Supero los más de dos mil escritos y como tengo alma de coleccionista, no me atrevo a borrar lo que en el fondo me define y le da sentido a lo que soy y a lo que hago. Amo las palabras como entiendo que las aman todos los que publican acá y por este amor incondicional ahora estoy en la estacada. Lo que escribo y propongo para el veredicto de mis pares, sobrevive por estos días una efímera existencia en la cartelera, siendo empujado hacia el fondo por el instinto creador de los demás escritores. Aparece Nito69, por ejemplo, y es el postor que cuadruplica la apuesta, muy bien por él pero muy mal para mi publicación, que desciende vertiginosamente en este veloz ascensor con destino a la sima. Luego, entra Nelsonmore y su creatividad es tan grande que acapara cuatro pisos más, que son los mismos que me impulsan al vacío. La diferencia con los demás cuenteros es que yo desaparezco por completo, pero los demás sobreviven en sus respectivas cuentas y sus creaciones refulgen airosas y a la vista de todos.
Y cuando zozobra por fin mi publicación y se va de cabeza al purgatorio planeado por Gik, nadando desesperadamente, no en tempestuosas aguas sino en un mar de años y fechas caducas, algunos colegas me sugieren que me cree otra cuenta, lo que para mí es un artilugio que se me figura similar a una cirugía estética que pretende cambiarle a uno las facciones con la promesa de ser el mismo individuo. A decir verdad, ya lo había hecho, ya me había operado de las ojeras y respingado la nariz, surgiendo este engendro llamado Guidos que nunca se sintió Gui y este Gui que de alguna manera muy poco razonada, tampoco se siente representado por ese Frankenstein que lo usurpó. Y por lo mismo, víctima de razones que parecen inexplicables, olvidé la clave para entrar de mala gana a esta vivienda que no siento mía y he probado con las mil y una opciones que pude elegir en su momento. He intentado primero con las siguientes claves que pude haber discurrido para franquearme la puerta a la página. Intenté con la más obvia: llave, continué con entrada, machete, martillazo, cataplúm, ay_dios, no-soy-yo, ¿hay-alguien-en-casa?, no/hay/ nadie, pucha, que-contrariedad, ¿Está/don/Guidos? Parece-que- no. Después proseguí con perro-loco, idiota, gui_vs_guidos, se.hace.tarde, cachorrito, ven$aquí$gatita, no_hay_caso, no.entraré.así.pasen_ los-siglos, y un millón de las más alocadas palabras que se me ocurrieron y que pudieron en hipótesis franquearme la entrada.
Sé que este texto es demasiado personalista, lo reconozco y me avergüenza y temo la vindicta pública por ventilar una situación de la cual ninguno de ustedes es responsable. ¿Me servirá perrito? ¿O volado? Tres días que intento encontrar la clave.
Contraté a un desvalijador de cajas fuertes. Llegó con su estetoscopio y lo coloco sobre el punto exacto en donde se pide poner la clave. Lo contemplé poniendo oreja a los sonidos misteriosos que se producen en la compleja articulación de estos aparatos. Nada acontecía. Después de tres horas, me miró como interrogando a los hados y me sugirió: ¿Por qué no se contacta con Gik mejor?
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