Dicen que Nancy Pazos le dijo a la Señorita O’Connor, una vieja asistenta que colaboró con la periodista en muchos de los medios que trabajo:
- Debo vengarme de Analía Maiorana. Esta mina me arrebató a Diego Santilli, no puede ser que se la haya llevado de arriba.
- ¿Venganza? Yo conozco un grupo de hombres que podrían ayudarte, Nancy – dijo la Señorita O’Connor.
- ¿Cómo Los Simuladores? ¿Alguna misión especial que me permita vengarme de esa asquerosa?
- No, no se trata de un grupo como los Simuladores. Esto es otra cosa, Nancy. Haga de cuenta que no dije nada.
- No, no, no puede hacer de cuenta nada, dijiste algo y ahora estoy intrigada. Si no se trata de Los Simuladores, ¿De que se trata? ¿De asesinos a sueldo acaso?
- Le dije que haga que no dije nada – volvió a insistir la Señorita O’Connor.
- De ninguna manera puedo ignorar lo que dijo Señorita O’Connor – Nancy Pazos elevó el tono de la voz - ¡Quiero saber que hacen esos hombres!
- Bueno, Nancy, he cometido el error de hablar de más, y ahora no tengo opción que decirle la verdad. Más que hombres, yo diría que son una especie de Quesos, con forma de hombre, se llaman todos Carlos, son los Quesones, la secta o logia de los Carlos Asesinos, los Carlos asesinos tiraquesos, como los llamó Bernabé Velazquez. Vale aclarar que son asesinos de mujeres, asesinan por gusto, placer, dinero o conveniencia, pero siempre asesinan, y a las mujeres que asesinan les tiran un Queso.
- Creí que todo eso era una leyenda, una leyenda urbana, pero claro, las minas asesinadas, claro, claro, ahora todo tiene sentido – dijo Nancy Pazos – tengo que conocer a esos Carlos Asesinos, a uno de ellos, quiero que le tiren un Queso a Analia Maiorana. Así de simple.
- Es muy peligroso todo esto – dijo la Señorita O’Connor – te digo Nancy que son asesinos crueles, implacables, sanguinarios. Y la mayoría de ellos son Carlos destacados en el deporte, el modelaje, la música o el espectáculo.
- ¿Y usted como los conoce, Señorita O’Connor? ¿Acaso le pagó a alguno de ellos para algún “Queso”?
- Nooooooo – dijo la Señorita O’Connor – me lo comento mi amante, el Comisario Miguel, ¡Uy! ¡Metí la pata otra vez! ¡Qué lengua larga que estoy hoy! Ma’ sí, ahora bato toda la posta. Es que yo regentee un prostíbulo muy importante en el centro de la ciudad y el Comisario Miguel venía a recaudar “el peaje” todos los meses, más de una vez, unas cuantas veces, alguna de las chicas se hacía la rebelde, y bueno, necesitábamos algún “Queso”, además el Comisario Miguel era mi amante, cuando venía a buscar el peaje, solo quería tener sexo con una persona y era conmigo.
- Mire usted Señorita O’Connor jamás la imaginé en algo así. Usted que es como una persona tan seria, culta, experta en los grandes museos de Europa, en el arte, la música de Mozart y todo eso.
- La vida te da sorpresas – declaró la Señorita O’Connor – De algo hay que vivir. Los dos o tres viajes que hacía todos los años a Europa no se pueden financiar con un trabajo de bancaria, maestra o empleada pública.
Tras este dialogo de Nancy Pazos y la Señorita O’Connor, Pazos ya no pudo vivir tranquila, solo quería que un Quesón, un Carlos, asesinará a Analía Maiorana y le tirará un Queso. La Señorita O’Connor le pasó el contacto del Comisario Miguel, y este a su vez, no se quiso hacer cargo del tema, e inmediatamente le pasó el contacto de Carlos Calvo, sí, de Carlín, el Quesón Supremo, este a su vez, ya viejo y enfermo, se limitó a mandarle, vía WhatsApp, una dirección y un horario, solo eso.
Nancy Pazos fue a ver a esa dirección. Grande fue su sorpresa cuando se encontró que la dirección era el campo de entrenamiento de un equipo de básquet. Pazos se quedó mirando a los basquetbolistas sentada en una de las gradas. Uno de ellos, uno de los más altos y patones, se fue acercando a ella. A medida que lo hacía Pazos fue oliendo un olor a Queso impresionante, asfixiante y apestante.
- ¿Vos sos Nancy Pazos, verdad? – le dijo el basquetbolista.
- Soy yo – declaró la periodista.
- Soy Carlos Matías Sandes, Basquetbolista, Quesón y Asesino.
Sandes puso cara de asesino, algo normal en el, y miró a Pazos con una mirada fuerte y penetrante, como suele mirar a sus víctimas antes de darle el machetazo final. La periodista se sintió un tanto intimidada, asustada, y sintió un temblor en el cuerpo, tragando saliva, llegó a balbucear:
- ¿Queeesssoonnn y Asssseeeesssinooooo?
- Sí, Carlos Matías Sandes, Basquetbolista, Quesón y Asesino. Podría presentarme como el asesino de Wanda Nara, el asesino de Vicky Xipolitakis, el asesino de Laura Fernández, el asesino de Alina Moiné, el asesino de Gisela Van Lacke, el asesino de Adabel Guerrero…
- Quiero que seas el asesino de Analía Maiorana – dijo Pazos, esta vez con cinismo – estoy dispuesta a pagarte lo que sea.
- Perfecto – dijo Sandes – Cien mil dólares, ni un dólar más, ni uno menos. Y es barato, te lo aseguro.
- Me parece mucho.
- No se habla más. ¿Querés Queso? Te doy Queso.
- Bueno, pensaba adquirir una propiedad, no importa, lo dejaré para más adelante. Tendrás el dinero.
- El 70 por ciento por adelantado. El 30 por ciento restante, el 60 es para mí, el 40 por ciento para el fondo común de los Quesones, cuando te mande un WhatsApp, tendrá una sola palabra, “Queso”, ahí depositarás lo que falte. Si el dinero esta mañana, entre las diez y las once de la mañana como plazo máximo, te aseguro que esa tal Analía será quesoneada en dos o tres días a más tardar. ¿Hoy es martes, verdad? Te aseguró que antes del sábado esa mina recibirá su Queso.
- Quiero verla asesinada, quiero ver el Queso sobre ella – dijo Pazos.
- Lo harás. Ya conoces la señal #Queso. No tendremos más contacto hasta que recibas ese WhatsApp.
- Perfecto – dijo Pazos.
- Ahora, chúpame los pies.
- ¿Qué? – dijo Nancy Pazos.
El basquetbolista se sacó las zapatillas, las medias y quedó descalzo. Pazos no supo que hacía, pero se arrodilló, y empezó a olerle, besarle, chuparle y lamerle los pies a Carlos Matías Sandes, que olía espantosamente a Queso, un olor muy fuerte, intenso, apestante. Pazos quería que Sandes la cogiera, pero el basquetbolista le dijo:
- Tendremos más cuando Maiorana este muerta. Soy un Quesón. Debo cumplir con la ley de los Quesones. Espera mi WhatsApp.
- Lo esperaré.
- ¿Qué dirá el WhatsApp? ¡Solo una palabra!
- Queso – dijo Nancy Pazos.
- Queso – dijo Carlos Matías Sandes.
Nancy Pazos quedó un poco excitada despues de ese encuentro. Regresó a su casa obsesionada con los pies de Sandes, “¡Qué extraordinaria fue chupar, oler, lamer y besar esos pies, que digo pies, esos eran Quesos!”. Pazos estaba tan excitada, nerviosa, ansiosa y expectante, que aquella noche tomó pastillas para dormir en una dosis mayor a la habitual, de lo contrario hubiese sido imposible conciliar el sueño. Al despertarse, Pazos depositó el dinero en la cuenta que le dijeron. Después de eso se distendió, ya que concurrió a un programa para hablar de Cristina, Mauricio, Lilita, Alberto, Aníbal y María Eugenia. Cuando terminó su participación en el programa, Pazos recibió un WhatsApp, era un número no identificado, pero al abrirlo, vio el nombre del chabón, @elQuesonSandes, Pazos leyó el mensaje, que contenía una sola palabra:
- Queso.
Pazos sintió como una electricidad que le atravesó todo el cuerpo. Eran apenas las cuatro de la tarde. ¿Tan rápido habían quesoneado a Maiorana? ¡Sí! Maiorana estaba muerta, Pazos sentía una extraña mezcla de euforia y excitación total, contestó el WhatsApp…
- Quiero ver el cadáver de Analía Maiorana con el Queso encima.
- Venite, Nancy, venite, la calle de los Idiotas Utiles n° 347.
Pazos no tardó en llegar a aquella dirección y para su sorpresa, el lugar parecía ser un templo egipcio, lleno de símbolos del Antiguo Egipto, Nancy Pazos, con cierto respeto, tocó la puerta del Templo.
- Bienvenida – dijo una voz femenina, mientras abrían la puerta.
- ¡Señorita O’Connor! – exclamó Nancy Pazos - ¿Qué hace vestida así?
- Adelante Nancy – dijo la señorita O’Connor, vestida como en el Antiguo Egipto.
- ¿Qué es esto? ¿De donde salió este templo egipcio en pleno Buenos Aires?
- Me la pase visitando los grandes museos de Europa, conozco a la perfección el arte egipcio, esto es un homenaje a eso, nada más, solo eso, forma parte del MALBA.
- ¡Quiero ver el cadáver quesoneado de Analía Maiorana! – exclamó Nancy Pazos.
- ¡Y lo harás! – dijo la señorita O’Connor - ¡Muchachas! ¡Muchachos!
Una docena de personas, seis hombres y mujeres, todos totalmente desnudos, con peinados propios del Antiguo Egipto, rodearon a Nancy Pazos. La agarraron en andas, y la sentaron en un trono, le pusieron una corona, era como una Cleopatra del siglo XXI.
Como anécdota, aclaremos que los seis hombres se llamaban Carlos, para diferenciarse uno del otro se hacían llamar Carlillos, Carlitos, Charlie, Charles, Karl y Karel; del otro lado, las seis mujeres se llamaban todas Carla, y se hacían llamar Carlilla, Carlita, Charlotte, Carlas, Carlax y Carlota.
Pazos se vio como una reina de la antigüedad en el Medio Oriente, a la cual sus esclavos y súbditos se reunían para ofrecerle una fiesta, que más que una fiesta era una orgía, una fiesta sexual de todos contra todos, donde todos y todas eran heteros, lesbianas y gays al mismo tiempo, una bacanal pagana. A un costado, una mesa repleta de Quesos, toda clase de variedades y tipos de Queso.
Pazos contempló esa fiesta sexual, pero solo como espectadora, parecía no participar, hasta que ante ella, con una bandeja donde se exhibía un enorme Queso Emmenthal, apareció Carlos Matías Sandes, entonces Nancy se paró, dispuesta a decir algo en voz alta.
- Soy vuestro esclavo, soy Carlos Matías Sandes, Basquetbolista, Quesón y Asesino.
El Quesón estaba vestido con una gastada, parecía Jason de la saga de Friday the 13th, llevando guantes negros en sus manos.
Y como en aquel relato de los Evangelios, donde Salomé pide la cabeza del Bautista, Nancy le dijo a su fiel esclavo, Carlos Matías Sandes…
- Quiero la cabeza de Analía Maiorana.
El basquetbolista le ordenó entonces a los Carlos y a las Carlas:
- Traed a la señora Analía Maiorana.
Los Carlos y Carlas trajeron a Maiorana atada de pies y manos y la tiraron encima de Sandes, que estaba parado, con el machete en la mano derecha, y el Queso en la izquierda, Sandes comenzó a rozar el cuello de Maiorana con el machete, Analía empezó a sentir el frío del filo del machete, primero en el cuello, despues por la espalda, los pezones, los pechos, la concha, las piernas, y los pies, pasó el machete por todos lados, no una sola, sino dos y hasta tres veces, Maiorana empezó con sollozos y gemidos…
Nancy se paró y puso el pulgar para abajo.
- ¡No! – dijo la Señorita O’Connor - ¡Eso lo hacían los romanos, esto es una recreación del Antiguo Egipto.
- Es lo mismo – dijo Nancy – es la antigüedad, además Egipto terminó siendo parte del Imperio Romano – demostró saber Nancy mucho de historia – Matadla, Carlos, matadla.
Carlos Matías Sandes levantó el machete y dijo, dirigiéndose a los Carlos y a las Carlas:
- ¿La asesinó?
- Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiii – gritaron los Carlos y las Carlas a la vez.
- Pero primero que disfrute de tus Quesos – dijo una de las Carlas.
- Nooooooooo – dijo Nancy – Que muera, matadla, que no tenga esa placer, quiero ver esa cabeza sobre una bandeja, como Salomé con Juan el Bautista.
- No solo sabes mucho de historia, también de temas bíblicos – dijo la Señorita O’Connor – pero Nancy, Maiorana es una condenada a muerte, y a una condenada a muerte, no se le niega el último deseo.
- Bueno, bueno, esta bien – dijo Nancy, sentada en el trono como Cleopatra - ¿Cuál es tu último deseo, perra?
Maiorana nada contestó, el Quesón le volvió a poner el machete sobre el cuello, y mientras la zamarreaba, le dijo:
- Escuchastes a nuestra faraona, ¿Cuál es tu ultimo deseo?
- Quiero oler los Quesos de Carlos Matías Sandes, quiero oler los Quesos del Quesón que me va a asesinar, ese es mi último deseo.
- Hazlo, Carlos – dijo resignada Nancy Pazos.
Entonces el basquetbolista puso sus pies sobre Maiorana, esta empezó a olerle, besarle, lamerle y chuparle los pies, el olor a Queso del basquetbolista era muy fuerte, demasiado fuerte, hasta los Carlos y las Carlas, que eran del mismo palo, no lo soportaron. Tras someterla a los pies, Maiorana quedó de rodillas y espaldas al basquetbolista, mostrándole el culo.
- Yo le daré unos latigazos en el culo – dijo Nancy Pazos.
La periodista agarró un látigo y empezó a darle latigazos en el culo a Maiorana, esta gritaba de terror y dolor, fueron cuarenta latigazos como en la antigüedad, al terminar, Pazos le dijo a Sandes:
- Rompele el culo a esta hija de puta.
El basquetbolista, muy obediente, le pegó primero un par de patadas, despues la penetró con los pies, y finalmente con el Queso, y con el pene, fue un temblor grande, tanto que pareció que el edificio se venía abajo. La Señorita O’Connor exclamó:
- Que no se cumpla otra parte de la Biblia, cuando Sansón hace caer el templo de los filisteos con su fuerza.
La cosa no llegó a tanto. Pazos tomó el machete y se le dio en la mano a Carlos, diciéndole:
- Suficiente. Le diste placer a la condenada. Demasiado gozo y satisfacción para semejante perra. Ahora sí, Carlos, matadla.
- ¡Nooooooooooooooooooooooooooooooo! – exclamó de terror Maiorana.
Carlos levanto el machete y le dio un brutal golpe en la espalda, haciéndola sangrar con un feroz tajo de arriba abajo, dio vuelta el cuerpo, y le aplicó un segundo machetazo en el cuerpo, de frente, haciéndole un brutal tajo, dos machetazos más en cada una de las tetas, Nancy gozaba viendo como Sandes asesinaba a Maiorana.
- Quiero la cabeza, Carlos, la cabeza de esta traidora.
Carlos entonces puso el machete en el cuello de Maiorana, y le dio un brutal corte, fue necesario un segundo, y en el tercero, levantó el machete y le arrancó la cabeza. Tomó el Queso y lo tiró encima del cadáver decapitado de Maiorana diciendo:
- Queso.
- ¡Queso! ¡Queso! ¡Queso! ¡Queso! – exclamaron los Carlos y las Carlas.
Carlos agarró la cabeza de Maiorana y la puso en una bandeja y se la entregó a Nancy Pazos, que estaba llena de gozo y satisfacción.
- Ahora puedo morir tranquila, mi venganza esta cumplida – dijo Pazos.
- Lo que no dice Marcos en el Evangelio, es que después de haber obtenido la cabeza del Bautista, Salomé tuvo sexo con Herodes Antipas – dijo la Señorita O’Connor.
- ¿No queres tener sexo conmigo, Nancy? – le dijo Carlos Matías Sandes.
- ¡Siiiiiiiiiii! – dijeron los Carlos y las Carlas - ¡Qué cojan! ¡Qué cojan!
- Si la plebe lo quiere, la plebe lo tendrá – dijo Nancy – despues de haberte olido los pies ayer, quiero Queso.
- Y te daré Queso – dijo Carlos Matías Sandes – porque soy un Quesón.
Pazos se tiró al piso y Carlos le puso los pies encima, que olían en forma asfixiante y penetrante a Queso, Nancy los olió, lamió, besó y chupó una y otra vez, sin cansarse, todo lo contrario, estaba repleta de gozo y placer.
Se dio vuelta, quedando boca abajo, Carlos entonces la penetró con los pies con el culo, mientras los Carlos y las Carlas gritaban todos juntos:
- ¡Queso! ¡Queso! ¡Queso! ¡Queso!
Carlos agarró el Queso y como si tirara un triple en un partido de básquet lo arrojó sobre el cadáver de Pazos, cayéndole encima. Carlos entonces la empezó a acariciar en todo el cuerpo, le toqueteó los pezones, y le metió los dedos (que estaban con guantes negros, por supuesto), en la concha y el culo, ahí la penetró por el culo, con salvajismo primero, y luego por la concha, con cierta suavidad.
Otra vez un temblor pareció afectar aquel templo egipcio improvisado y armado para el MALBA. Otra vez la Señorita O’Connor temió que se cayera abajo, pero la construcción resistió.
Carlos Matías Sandes levantó a Nancy Pazos en andas, como si fuera un trofeo, la subió, la bajó…
- ¿Y ahora? – dijo el basquetbolista.
- ¡Queso! ¡Queso! ¡Queso! ¡Queso! – decían los Carlos y las Carlas.
- Asesinala – dijo la señorita O’Connor – quesoneala.
- ¡Noooooooooooooooooooooo! – gritó Nancy Pazos.
- Cumplí con el pacto Quesón. Si una mujer contrata a un Quesón, para quesonear a otra mujer, el Quesón recibe la paga y cumple con su misión pero…
- ¿Pero qué? – preguntó aterrorizada Nancy Pazos.
- El Quesón también debe quesonear a la mujer que lo contrata, despues de haber recibido la paga, por supuesto, no debe ser inmediato, pueden pasar días y hasta semanas, pero debe… ¡Quesonearla! ¡Quesoneala Carlos!
- Noooooo – exclamó aterrorizada Nancy Pazos - ¡Eso no me lo dijo Señorita O’Connor!
- Tampoco te dije que en mi España natal fui la Marquesa de Avila y que por mis venas corre la sangre gitana, la raza calé, que al mundo dicta sus leyes – de repente, la Señorita O’Connor cambió su acento, antes porteño, ahora bien andaluz – quesoneadla, Carlos, pero no le cortes la cabeza, ja, ja.
- Soy un Quesón – dijo Carlos Matías Sandes – y así lo haré.
- Nooooooooooooooo – exclamó Nancy Pazos.
Sandes la revoleó por el aire y Pazos se cayó al piso, el basquetbolista tomó el machete y ¡raaaaaajjjjjjjjjjjjj! le aplicó un profundo corte en el pecho, atravesándole todo el cuerpo, fueron dos, tres machetazos más, otro en el cuello, en el estomago, el abdomen, los brazos, el abdomen, la sangre fluía en todas partes.
Al terminar, Carlos Matías Sandes agarró el Queso y lo tiro sobre el cadáver de Nancy Pazos.
- Queso – dijo el basquetbolista.
- ¡Queso! ¡Queso! ¡Queso! ¡Queso! – decían los Carlos y las Carlas, que empezaron a bailar entre sí, y otra vez disfrutaron de una fiesta sexual, donde todos eran heteros, gays y lesbianas al mismo tiempo.
La Marquesa de Avila se paró sobre el trono y gritó:
- ¡Como en las antiguas fiestas de Baco, el dios griego del vino! ¡Ninfas y faunos por todas partes!
- Yo me voy Marquesa – dijo Carlos Matías Sandes – en un rato jugamos contra Regatas de Corrientes por la Liga Nacional.
- Tendrás un gran partido, Carlos, tendras un gran partido.
- La verdad Marquesa, nunca me imaginé que iba a quesonear a Nancy Pazos. Para mí era una idiota, creía que si merecía ser quesoneada le correspondía a un Quesón como Carlos Melia o Carlos Tevez, por ejemplo. Ahora yo solo quiero seguir quesoneando. Quiero quesonear a Sabrina Rojas.
- Ya llegará el momento – dijo la Marquesa.
Sandes fue al partido de básquet, mientras en el templo egipcio, los Carlos y las Carlas continuaron con la fiesta sexual para deleite de la Marquesa de Avila. Parecían ninfas y faunos, como dijo La Marquesa de Avila.
Los cadáveres de las dos mujeres asesinadas quedaron allí y dicen al día siguiente, una empleada domestica los descubrió.
El Comisario Miguel tomó cartas en el asunto y temió un gran escandalo: habían asesinado a la mujer actual y a la anterior del vicejefe de gobierno de la Ciudad, Diego Santilli, no era un tema menor.
- La pucha que lo tiró – pensó el Comisario Miguel con preocupación – esta vez los Quesones se pasaron, las asesinaron con un machete, seguro fue Carlos Matías Sandes. ¿Qué mierda hace Carlos Regazzoni por acá? ¿Querrá llevar alguna de estas estatuas egipcias a su museo ferroviario? ¡Parece una película de La Momia! ¡Esta vez no nos salva ni el Fiscal Carlos Gonella! ¿Qué hacemos?
- Vos fuma – dijo una voz, el Comisario Miguel se dio vuelta y vio ante el a… ¡Carlos Calvo!
- ¡Carlín! – dijo el Comisario Miguel.
- Vos fuma, Miguel, fuma, y seguí fumando.
Nunca supó que mierda pasó, pero lo cierto es que el Comisario Miguel fumó y todo salió muy bien aquel día. Y hubo buenos días en los siguientes días. |