Desde aquella ventana se tenía una vista impresionante del resto de la población. El cielo, también con sus nubes, formaba parte de la visión. Amanecía al compás que el sol y los motores de arranque de los vehículos marcaban, que, al tiempo, también, indiciaban la jornada laboral.
Desde aquella atalaya, auxiliado con unos prismáticos, se podía acceder a los secretos interiores( siempre y cuando no hubieran persianas y/o cortinas que lo impidieran).
Como cualquier día, Junípero Pérez, antes que otra cosa, y rutinariamente, colocó el ojo derecho en la lente de su telescopio. Pero, a diferencia de siempre, aquel día sí pasó. Se imaginarán la visión de un crimen, un robo o de alguna señora rozagante en paños menores, mas no fue así.
Poco antes de recibir un disparo en la frente, Junípero Pérez divisó a lo lejos la punta de un fusil dotado de una mirilla telescópica, que sustentaba un señor vestido de verde, siendo ya demasiado tarde para reaccionar. |