Llueve y el frío merodea mi ventana que esta noche me parece extraña; las noches son etéreas y sin un lugar de refugio a donde cobijar los ojos.
Sueños desgajados que se vuelcan en imágenes digitales de tu apariencia.

Sueño las noches eternas, frías, —que son como un lunar en la memoria—. Cabizbajas se acercan rodeando la ventana. Hay noches cayendo en medio de un aullido de perro. Mientras me pregunto. ¿A dónde van las hojas que cubren el día? ¿Van a romperse en rocas de papel?

Recuerdos en estampida agitándose jubilosos se arman con arpones que ensartan en mi conciencia. Demonios que dormitan en la cabecera del cielo, pero la lluvia no cubre sus caras y escupen en mi piel restos de sal en el punto exacto de la herida abierta como las fauces de la fatalidad indómita

Hay un sótano en esta pesadilla. Todo está confuso y me pierdo buscando. Las sombras anidan en mi espalda, en esta carne roja de luces fugaces con tinte de artificial de causa sin efecto. ¿Dónde quedó la muerte del día? Esa que me acosa como una prostituta insinuándoseme lasciva con la desesperanza erecta.

Mis manos tiemblan, y las tuyas, no pueden alcanzarme, para darme el tirón que me saque del sueño entibies con en tus brazos el frió convulsionado en este cuerpo sin luz.

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