La mosca ha sobrevolado todas las habitaciones de esa casa. Conoce cada rincón y cada agujero, sabe con precisión en donde está la guarida de la araña que ante el más insignificante descuido la atrapará. Pero no por nada, el insecto en cuestión ha cumplido ya sus noventa años y si bien su provecta edad ya es un fardo para alguien que se escurre y planea como un avión, entiende que lo que ha perdido en agilidad se le ha recompensado en astucia. Nuestra amiga –y tratémosla así puesto que la tendremos de protagonista por un rato- ha disfrutado de un vuelo rasante por la biblioteca, una sala muy solemne que por lo general, siempre está vacía. Y la mosca, ha descendido con gracia sobre un libraco grueso y algo descuidado. Como entre las inclinaciones del insecto se encuentra la de pasearse por los lomos de esos volúmenes, en cien años ha aprendido a deletrear con sus ojos compuestos por su infinidad de ocelos sus nombres y sabe que el libro ajado se titula Los Miserables e intuye que debe ser la obra preferida de la casa, considerando su deplorable estado. Un libro es un regocijo para el escritor, al comprender que lo que escribió no son palabras que fueron a parar a un desván, sino que serán parte de la conversación, influirán en la sociedad y serán un vehículo importantísimo para la cultura en general. Todo esto lo reflexionaba la mosca mientras con sus patitas saboreaba los restos de una galleta de tritón.

Este animalito tenía muy claro que se ha escrito demasiada literatura en su nombre. Que hay obras que han trascendido, que se han compuesto temas musicales y una lista interminable de tratados sobre las moscas. No por nada, había leído un artículo que versaba sobre ella, es decir sobre la especie, y que refulgía en nítidos colores sobre la pantalla de un computador. Lo leyó y su admiración la impulsó a buscar algo más en la biblioteca. Pero desistió -una actitud demasiado frecuente en estos insectos- al llegar a su intrincado sistema, que se dice que es mil veces mejor que el auditivo, una canción que le resultó muy agradable de escuchar y contonearse elevando sus alas y dando giros mientras sus sedas se erizaban con esa voz tan particular:

…tan faltos de aire
tan llenos de nada
chatarra inservible
basura en el suelo
moscas en la casa…

Y embobada como estaba con la melodía, la veterana mosca tuvo la noción de un peligro que se cernía sobre ella. Era una sombra indefinida, casi un presentimiento, sino ambos, que arrasando con la atmósfera embalsamada de la habitación se aproximaban hacia ella. Quizás en diez años, en quince, eso se transformaría en una real amenaza, por ahora, continuaba desplegando su virtuosismo al son de la música de Shakira, desterrando profecías de acabo de mundo.

Y como la mosca estimó, transcurridos diecisiete años, esa mano regordeta que empuñaba un objeto enrollado la avizoró más en su intuición que en lo real y mucho antes que el objeto se dejara caer con pesadez sobre el escritorio, hacía varios años que ella surcaba los espacios de otra habitación.