Pasea por la playa indiferente al viento salvaje. Descalza, sigue la senda que demarca la espuma fría de las olas.
Ha recorrido incontables veces, a través de los años, esas rutas húmedas que aparecen y desaparecen según la marea. Ama esa línea inexacta que se desvanece absorbida por la arena para ser trazada de nuevo por la siguiente ola, abriendo nuevas e infinitas posibilidades de trayectos y destinos.
Cada año, vuelve a esta playa siguiendo el ritual de quien peregrina a la tierra madre y nutricia en busca de los paisajes, sonidos, perfumes y nombres que dieron forma a su infancia y juventud lejana y que ahora sostienen, como un amuleto protector, el peso de su adultez.
Camina mientras recuerda el tiempo en que hubo paisajes generosos de naturaleza escarpada y rebelde que recorrió con entusiasmo de explorador , y hubo nombres que agitaron su corazón y dilataron sus pupilas en las noches de verano, que la hicieron sentir bella y cómplice de un lenguaje bipersonal. Recuerda que hubo dolor y gracia en equilibrio, como si el Universo hubiese querido otorgarle una vida por la cual estar agradecida.
Hoy aquellos paisajes, aunque bellos aun, reflejan los estragos de la antropocéntrica y errónea idea de progreso, y aquellos nombres indelebles aun la visitan de vez en cuando, en sueños, tan vívidos, que no se desvanecen hasta muy avanzado el día siguiente.
|