Después de muchos años volví al tren. Las circunstancias son la de menos, pero al encontrarme otra vez en una estación me sedujo a escribir nuevamente. Casi como que una cosa lleva a la otra. Y por un instante la vida ya no parecía trascurrir en el presente. Me veía de niño viajando al encuentro de mi padre y a la vez me veía imaginando que aspecto tendría la gente que me rodeaba dentro de unos años.
Todo había cambiado drásticamente en la estación Villa Pueyrredón. Para empezar ya no hay boletos de cartón, se paga con la SUBE, que es una tarjeta magnética que se recarga y donde el imaginario colectivo dice que nos controla el gobierno. Los nuevos trenes “argentinos” fabricados en Qingdao, de la República Popular China son celestes y aerodinámicos. Abren sus puertas automáticamente y tienen un poderoso aire acondicionado. Es decir ya no se puede viajar refrescándose en las escalerillas de las puertas, porque no tienen y no es necesario. Hay indicaciones y letreros en las salidas e indican el lugar por donde se circula y demás advertencias sonoras. Hasta te indica un cartel a que hora llega el tren!. También se puede acceder de vagón a vagón sin ninguna peripecia.
Lo primero que resalta dentro, es como cambio el comportamiento de los pasajeros. Literalmente todos usan sus teléfonos celulares. Algunos lo miran fijo, moviendo sus dedos frenéticamente. Otros pasan páginas con su dedo más gordo o con el índice mensajes del whatsapp o de facebook o Intagram. Algunos se ríen solos escuchando radio, otros escuchan música y también están los que hablan contándole a todo el pasaje sus intimidades o peripecias gastronómicas o a que hora van a llegar a destino.
Casi nadie lee. Ni libros, ni diarios, ni revistas. Eso me llamó poderosamente la atención y me causo pudor cuando saqué un viejo libro de Paul Auster casualmente “la invención de la soledad”. Porque así me sentía. Solitario entre una multitud desconocida. Era como si me hubieran congelado en el tiempo y depositado en un asiento de tren que ya no era de madera del Mitsubishi, sino de Pvc treinta años más tarde rodeado de personas desconocidas con un aparato cuadrado que les controla los sentidos. En esos celulares todos llevan fotos. Es un buen momento para ser narcisista, ya que todos parecen hambrientos de exhibirse, de contar su vida hasta el mínimo detalle.
Las fotos que pone la gente en su perfil resumen como son. Están los clásicos que suben fotos de sus seres queridos, hijos o esposos a quienes aman y se sienten orgullosos de exhibirlos como trofeos. Están los que se esconden en cambio atrás de una caricatura, un artista, o un tatuaje y hasta crean perfiles falsos. Todos mienten un poco con lo que muestran. No son ellos:son lo que quieren mostrar. La máscara,un producto de una sociedad que los fue arreando a un corral tecnológico y aditivo.
Las estaciones van pasando y noto algo más. Ya nadie fuma y muchos llevan su botellita de agua como si fuera un amuleto contra un descarrilamiento. Las ventanas no se abren con lo cual se terminaron las discusiones del baja o subí la ventanilla… El paisaje externo también ha variado. Los edificios crecieron y las calles se hundieron en túneles que pasan por debajo de las vías. La pobreza y las villas en cambio, están en el mismo lugar.
Todo parecía extraño y cambiado hasta que de golpe, algo me sacudió la médula espinal, como si me hubieran clavado un puñal de recuerdos de mi más tierna infancia en el ferrocarril. Se me erizo la piel. Si. Allí estaba esa voz. Ese canto a la vida: “Señoras y señores muy buenas tardes si ustedes me permiten en el día de hoy les traigo una oferta especial. Directo del importador sin intermediarios, y por única vez…un juego de auriculares de cable largo, tapones siliconados para celular para radio, el mp3, la tablet o la computadora y de primera marca reconocida. Los mismos en cualquier negocio del rubro abonan no menos de ochenta pesos.Hoy solo abonan treinta pesos. No existe este precio. Aquella persona que lo quiera ver, que lo quiera mirar y revisar sin compromiso llevará estos auriculares al módico precio de treinta pesos…”
Y ahí me di cuenta que no todo había cambiado al volver al tren.
Algunas cosas no cambian jamás.
Por suerte.
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