Después de tanto aire, aire del fresco, aire que limpia, aire que se adentra en la entrañas, que pesquisa las fracturas, que arremete y limpia todo de principio a fin.
Aire que sabe por dónde empezar, aire que no conoce de pesado o liviano. Aire que hace de la liviandad del ser, una pluma. La lleva por doquier, se detienen, admiran el pasto. Retoman el vuelvo y observan desde el cielo lo pequeño que se hace todo, la grandeza de lo construido y de lo que queda por construir.
Un día cualquiera, como otros, se levanta, le duele las juntas, las articulaciones que pierden lubricación. La luz ya no es la misma, solo deja ver el reflejo de algunas cosas. Lo demás está teñido de grises y líneas. Ese aire le ha dejado en limpio las incertidumbres, le ha dejado con la verdad desnuda, le ha venido a ofrecer un viaje.
Se pregunta si éste le ha venido a llevar a casa. ¿Casa? Si al lugar donde todos nos hallamos, donde estamos cómodos, el lugar donde encontramos reparo, alimento, caricias, reglas, rutinas. El lugar del que no desearíamos nunca desprendernos, el lugar que lo tiene todo y nada al mismo tiempo.
El lugar del reencuentro con las memorias primarias, un aroma, un sonido, una luz, un silencio, un calor, un sabor. Las memorias primarias que no se apalabran, que se viven a pura esencia, que se impregnan en el cuerpo, ese cuerpo que desconoceremos de grandes. Esas memorias primitivas, que aunque no logremos esbozarlas nunca más por la trasmudación que sufrimos al salir a la vida como sujetos del lenguaje, son perennes.
Cuando te aproximes no quiero estar preparada, quisiera estar repitiendo un dia mas de movimiento, de tareas, de silencios. Quisiera que me visites en el ocaso del día, cuando el sol se sale de escena todo cálido con el objetivo cumplido de habernos iluminado y casi sin notarlo lentamente apaga la luz. Esta es la escena que más aprecio. Sopla, hazlo fuerte. No dejes nada detrás, haz que la diferencia sea nula.