Recién fallecido don Genaro, sus hijos abrieron todos los cauces para que las lágrimas afloraran sin tapujos. El anciano, encorvado en su lecho de muerte, parecía observar patéticamente con sus ojos abiertos un punto impreciso y su hija se encargó de cerrárselos para que no espantara a nadie con esa mirada muerta. El hijo jaló sus piernas para enderezárselas y la crujidera de huesos hizo que la hija menor prorrumpiera en violentos sollozos.
Poco después, don Genaro ya estaba completamente vestido, se le había colocado aquel terno azul, quizás demasiado holgado para la estragada humanidad del viejo. Sus hijas le maquillaron sus mejillas flacas con el colorete que utilizaba su madre, peinaron sus escasos cabellos y como último detalle, la esposa le arregló el corbatín morado que parecía demasiado festivo sobre esa camisa celeste que ocultaba ampulosa el pellejo esmirriado del anciano.
Ya en el féretro, fue expuesto a la mirada curiosa de familiares, amigos y vecinos y no faltó quien dijo que se veía muy guapo.
En el cementerio, tras un breve discurso, leído trabajosamente por el hijo mayor y coreado por la letanía de llantos y ayes de dolor, el ataúd comenzó a descender a la sepultura lentamente, imagen que fue contemplada por los ojos empañados de lágrimas de la mayoría de los concurrentes.
De pronto, el sonido de un teléfono celular se dejó oír en medio de tanto dolor. Todos regresaron súbitamente a la realidad, buscando con premura sus aparatos en bolsillos y carteras. El sonido persistía con los acordes reiterados de una serenata de Schuber que poco a poco se fue apagando.
El regreso fue lento y silencioso. Tras los saludos de rigor, familiares y amigos se retiraron del camposanto. Los hijos volvieron sus cabezas por última vez y continuaron adelante, la viuda sollozaba quédamente dentro de uno de los coches.
Atenuado, el sonido volvió a repetirse una y otra vez.
Manuel Schaulson, amigo del occiso, marcaba una y otra vez el número. Pronto, el corazón mecánico de ese aparato se detendría para siempre, solidarizando con ese cadáver que se enfriaba paulatinamente…
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