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Inicio / Cuenteros Locales / atolonypico / El hombre biónico.

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Uno.
Me venían las ideas de los dedos. No era capaz de representarme mentalmente una frase sin teclearla directamente en el ordenador. En una suerte de literatura dactilar. Estaba concibiendo la idea de un hombre biónico, que cogía caracoles en Francia cuando le asaltaron unos desalmados que venía de los campos de tomates de Almería, mientras al unísono oí llamar a la puerta.



Ni que decir tiene que no abrí. Desconfiaba profundamente de quienes venían a llamar a mi puerta. (Del resto de la gente tenía mis dudas, pero de quien ponía los nudillos sobre mi madera- no tengo otro llamador posible- veía un claro aspirante a traspasarme el tanto de culpa por la muerte de nuestro señor. Me venía de una fijación de la infancia. Ventajas de tener una puerta de madera, que uno estaba medio eximido, o si no que no lo hubieran clavado en una tabla. Lo podían haber hecho sobre el suelo, pero a las gentes les priva mucho el dar espectáculo.
A partir de entonces, la gente se empezó a dar cuenta de que el invasor no era bueno- los romanos en Palestina, me refiero. Que no venían a civilizar, sino a llevarse el trigo. Cómo si no se explica que distrajeran la atención mor al espectáculo- pregunto. De no haber sido unos ladrones generalizados, hubieran sido más discretos con la muerte del nazareno. Desde entonces, tenía uno aversión a los madereros. No era ladrón- el cristo-, ergo, se querían ellos quedar con el expolio. Se le vio la pluma al romano, aunque ya llevaran algo parecido sobre los
cascos.)

Fue entonces cuando el hombre biónico, impresionado por aquella faca( seguía la novela)- de los desalmados que venían de los campos de tomates-, derramó una lágrima sobre la mejilla, fundiéndose instantáneamente su sistema binario,y echando un humo que ahuyentó a los atracadores, por si acaso les explotaba; cuando otra vez sonó el nudillo sobre la tabla. Al instante, sentí el correr de la chiquillería entre risotadas y algarabía.

Dos.

El hombre biónico no acabó destruido por completo. Algunas funciones las conservaba, por lo que siguió cogiendo caracoles en los campos de Normandía. En aquellos tiempos, a quien ofendía, lo ataban en la puerta con una cadena. Pero el hombre biónico no podía ofender pues era medio máquina. No era de recibo emprenderla a empellones con una máquina, al menos en público. Era como reconocer la propia impotencia.
Los desalmados de los invernaderos de Almería vieron, desde lejos, cómo había dejado de echar humo, pero le dejaron estar. Qué dinero podía llevar una máquina- se preguntaron. A lo sumo, se podían haber quedado algún circuito impreso, pero desecharon la idea. El hombre biónico los observaba por el rabillo del ojo- que no era más que una cámara, sofisticada, pero cámara-, y agradeció que no le molestaran y, sobre todo, que no le arrancaran nada de la maquinaria, pues deseaba con fruición que no le interrumpieran aquella tarde en la búsqueda de serranas. Los desalmados de Almería subieron el último collado del horizonte y fueron paulatinamente desapareciendo.( La vida entonces era como una película del Oeste donde la gente vagaba de un lado a otro con el ánimo casi exclusivo de ir pegando tiros, retarse a duelos y andar en todo tipo de pillajes.) El desierto del sureste de la península había avanzado hasta los campos de Normandía, en los que proliferaban serranas y hiervajos. Los caracoles, preparados con cierta maleza de aquella, daban unos guisos estupendos. Y en ello andaba el hombre biónico, pues hacía trueque en un restaurante- de un tal Paul Bocuse- con los caracoles, para ir recargando sus baterías de litio.
Como a nadie ofendía que le anduvieran limpiando el huerto, le dejaban hacer. De aquellos polvos, digamos finalmente, vinieron unos lodos. Lodos según los cuales la calidad de los restaurantes se empezó a medir en términos de muñequitos réplicas de nuestro biónico. Lo de los neumáticos vino más tarde, precisamente cuando se acabaron los caracoles y se tuvo que emplear con el señor Michel Lagard en su taller de reparaciones(nuestro protagonista, me refiero). Y es que el citado muñeco- con el que su número da idea de la calidad del rancho de dentro- era una copia fiel de nuestro personaje- ya se dijo. Ya extinto- nuestro amigo biónico. Descanse en paz. Por una sobredosis de litio. Al menos así dice su losa.
De los desalmados de Almería no se supo más. Hay quien dice que viven en Gran Bretaña, trabajando en un Burguer King, o algo por el estilo. Nadie les cree- por otra parte- cuando dicen que el muñequito de marras es una copia de alguien que conocieron en el camino. Y mucho menos aún cuando cuentan que tenía sentimientos. De lo que no dan constancia es de que se llamase Miguelito.

Texto agregado el 16-05-2019, y leído por 90 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-05-2019 Ingenioso, con referencias puntuales a tu entorno. Felicitaciones. -ZEPOL
 
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