Acababa de reparar en la semana que uno llevaba, sin más sociedad que la propia y la exclusiva, y sin más comentario que el del hombre que le despachaba a uno el periódico, inmerso en un proceso de esclerotización del alma galopante y con la única esperanza puesta en que por arte de magia volvieran las musas. Y si ello hubiera sido garantía de haber cosechado una buena obra, con aquel impulso creador recuperado, lo podríamos haber dado por bueno, pero, mucho me temía, que aquel discurrir estaba condenado al fracaso. A menos que introdujéramos elementos adicionales. Era uno enemigo del blanco alcaloide, que terminaba en insomnios y otros sobresaltos y al que sólo veía adecuado para cazar jaguares, y más partidario- sin que ello representara tampoco un salto cualitativo- de los derivados del cannabis.
Llevaba uno una privación sensorial debida a un aislamiento que se basaba en la insurgencia. Más, probablemente, que otra cosa.