De joven, guapo, alegre y simpático, mi mamá (al fin madre) decía que yo tenía “sangre liviana”, ahora le llaman carisma, era muy solicitado por las damas.
Felices tiempos aquellos, todas me gustaban, como dice una canción: solteras, viudas y casadas. A ninguna le ponía “peros” y les daba con singular alegría y completa despreocupación satisfacción sexual.
Como ustedes comprenderán nunca me casé, cosa curiosa, a las jóvenes en edad casadera les pedía antes de matrimoniarnos “una prueba de amor”. La mayoría me mandaban a la fregada e incluso algunas (las más guapas) me mentaban la madre.
Así fue pasando el tiempo, que lo único que sabe hacer es añadirnos años. Por lógica con la vida libertina que llevaba mi cuerpo se deterioró y de repente me vi calvo, con una panza cervecera y adiós mi atractivo físico, por más que decía que la experiencia vale más que la juventud. ¡Maldita mentira! Al revés de cuando era chavo, las damas me huían o me tiraban de “a Lucas”.
Sin embargo, como hombre de recursos, no me desanimé y seguí el dicho: “Dame mi beso y toma tu peso”, recorrí las bellas hetairas (bueno algunas no tan bellas cuando andaba jodido de dinero) y así me llegó la vejez y los médicos con esa amabilidad que los caracteriza me dijeron:
—“Ya se lo cargó el payaso”, le quedan poco tiempo de vida, si acaso semanas. (Nunca entendí el diagnóstico, ¿será por pendejo?)
Y sí, al poco tiempo estiré los tenis. Desde el principio, lo que les platico es desde la dimensión desconocida. ¿Por qué la dimensión desconocida? Y aquí viene lo triste:
Al principio fui al cielo donde hay muy buen clima, pero San Pedro el guardián me dijo: ¡estás pendejo!
Así que me encaminé al infierno donde existe muy buen ambiente social, pero Lucifer, se me quedó mirando y me repitió: ¡estás pendejo!
Desde ultratumba les pido consejo a ustedes: ¿Qué hago?
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