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Hechas las presentaciones- a través de muchos años de experiencia: mía y vuestra- no queda más que empezar a discernir si la realidad tiene consistencia- objetivismo- o si está tomada de cierto punto de ensoñación- solipsismo.

Pero tampoco hay que desdeñar que seamos, más bien víctimas, de una experimentación. E incluso, quizá, puede ser que sea tal la hipótesis más tranquilizadora- la de ser soñados, que diría María Zambrano.
Alrededor de tal disyuntiva- elementos contingentes o los propios ojos de Dios- discurre el mundo, envuelto en un misterio del que sólo se puede salir mediante la experimentación y el sacrificio. Y en realidad puede que sea cierta la existencia de tal experimentación. Cada paso que damos, es un experimento, y sus secuelas sólo podemos dejarlas atrás.
Siempre he dicho que la realidad es lo que sucede fuera de un perímetro de cien metros alrededor de nosotros- el mundo como representación. No creo que haya excepciones a ese enunciado general. No creo que nadie se libre de la burbuja, salvo que esté espiando por un orificio detrás de un cuadro en la pared.
Mientras tanto, van cayendo víctimas en el mundo, de la vejez o de no saberse estar solo o quieto.
Uno hace tiempo- quizá unos minutos- que ha descubierto las propiedades felices de la pantalla- confesionario. De hecho no me había planteado nunca, hasta hace escasos minutos, esa dimensión que refiero del monitor, siendo evidente la similitud y la posible identificación simbólica. De hecho, ambas, son en esencia una caja que registra, el uno palabras orales-el confesionario-y el otro escritas. Ambos elementos cumplen la función comunicacional. Es muy posible que el monitor del ordenador y el televisual acaben por jubilar definitivamente al confesionario. De hecho, probablemente, el confesionario es ya una antigualla meramente ornamental, que acabará, como tal, en las casas de los ricos, como el que compra un cuadro o una cara escultura. Incluso puede darle una nueva dimensión a la conversación clásica, instalado en casa, me refiero. He decidido que si algún día tengo compañía, me haré construir un confesionario. O mejor, me lo haré yo mismo; por constituir rara avis en decadencia que hay que preservar.
A veces lo he pensado, por qué, como los repartidores de pizza en sus ciclomotores, el clero no se ha adaptado a los tiempos modernos y sale por ahí con un confesionario adherido a una motocicleta. Confesiones a domicilio- podía ser el eslogan. No me importaría hacer espíritu de contrición, creo, de esta manera. Pero a cuento de qué viene todo. Ah, que somos una experimentación de Dios y que, para y por ello, existen(los confesionarios): con el fin de informar a sus intermediarios sobre cómo va la cosa. A modo de encuesta de empresa.
En realidad, la realidad es sólo lo que entra en el confesionario a través de su celosía. Todo lo demás son fantasmagorías de la gente. Lo tienen así estudiado y es real.Por lo que con la pantalla- confesionario que me he instalado sobre una mesa camilla sustituye uno al mismo Dios.
Lo del confesionario lo dejo para cuando tenga a alguien con quien hablar.

Texto agregado el 14-05-2019, y leído por 88 visitantes. (0 votos)


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