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Sentado en el banco del jardín escucho el abrir conocido del portón de entrada, el chasquido de las gastadas bisagras asemejan un pedido de clemencia, el clic típico del cerrojo se escucha silencioso.

Alguien entró o quizás salió. No es de vital importancia, el portón cumplió su cometido una vez más.

El sonido no es agradable, en verdad atrevería a considerarlo como molestia, ese chirrido de metal con metal, a causa de la corrosión ocasionada por la intemperie, frío o calor, y por supuesto la lluvia y su hijo el roció colaboraron en la tarea de desgaste.

A todos molesta es de suponer, no obstante nadie tomó iniciativa y trató de solucionar el ruidoso problema.

Con seguridad, dentro de las casas al comenzar un leve ruidillo de alguna de las puertas, en un santiamén con ayuda de unas gotitas de lubricante el insoportable malestar desaparece.

¿Porque no aparece el salvador que, provisto de los elementos necesarios, ponga punto final al ya nervioso quejido del viejo portón?

Analizando la incógnita con un aire de investigador ambiental, he llegado a la conclusión que todos los vecinos disfrutan, por así decirlo, del sufrimiento del susodicho. No existe explicación diferente.

Di rienda suelta a mi pródiga imaginación y deduje que al escuchar los quejidos del portón nuestras antenas de la curiosidad reciben la alerta.

¿Quién nos visita, un amigo, un familiar?
Tal vez el vecino salió... ya regresaron los que estuvieron de excursión en África, las conjeturas son variadas y diversas, las sorpresas otorgan esa pizca de matiz a la rutina de los días.

En mi particular caso, el crujido despierta sentimientos del recuerdo, quizás añoranzas de un pasaje de tal película de suspenso... o el golpeteo incesante producido por los azotes del viento en un día de tormenta.... la llegada del soldado ausente desde largo tiempo... el golpe forzado por la ira del que se fue para no volver.... la abertura suave en manos de un niño de corta edad que vuelve con el raspón en la rodilla llorando en busca de sus madre.... el seco cerrar del hombre nervioso después de un día de trabajo excesivo...

La mente juguetea, las escenas se mezclan, interponen, producen sonrisas en mi rostro, también ocasionan tristezas, el chirrido del portón me regresa a la realidad...
¡¡Uf, ese maldito portón!!

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*Registrado/Safecreative N°1008137039343

Texto agregado el 12-05-2019, y leído por 177 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
10-07-2019 En realidad, si no existiese ese portón, gran parte de tus días se perderían las divagaciones transadas con tu imaginación. Por lo tanto, mientras éste anuncie sus estruendos, será la invitación para cerciorarte de que algo nuevo está pasando. Un abrazo amigo. gui
01-06-2019 Melancolìco, nostalàgico, los portones son la valla que nos separa del adentro `y afuera. Nos sumergen cerrado èn ese estado larvado y puro de la intimdiad. ¡ Hatzlaja ! martilu
17-05-2019 a mi los chirridos de los portones me recuerdan, lo chirridos de cuando abuelo, abuela, papa o mama llegaban a casa, en una tarde donde cenaríamos y veríamos un poco de tv, y a dormir. Por eso los chirridos son como fotografías de mis seres queridos, que siguen viviendo en cualquier lugar a pesar de que han partido, gracias, saludos desde Paraguay entrerios
15-05-2019 Muy buen relato Beto, tomaste un chirrido molesto e hiciste un texto genial. Besitos. Magda gmmagdalena
13-05-2019 jajaa.. pobre portón que nadie da atención. Hay muchas cosas que están así Beto. Nadie se hace cargo de ellas por simple egoísmo o dejación y que el otro se haga cargo. Muy entretenido relato acerca de algo tan cotidiano como un chirrido. Un abrazo sheisan
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