Este abandono sombrío me sumerge en el mayor egoísmo y perversidad del que es capaz el espíritu humano. Me encierran aquí, porque aquí estaré bien, dicen, pero ellos no saben.
Mis ojos se incendian. Las paredes explotan con cada grito, mis manos crispadas se aferran con fuerza a mis oídos intentando aplacar el sonido lastimero que me estremece por completo. Los malévolos seres que me atosigan se incrementan al unirse con los otros seres, los que acarrean mis compañeros de encierro. Este lugar es una jungla en donde el miedo y el coraje pugnan en la lucha por la subsistencia. Si voy a comer, beber agua, o a evacuar, la muerte me está esperando de la mano de algún interno que consiguió hacerse de un objeto corto-punzante, para atacarme y robar hasta la última miseria que aún cargue conmigo. A los guardias y enfermeros es mejor no mirarles a la cara, su vista inquisidora, su trato déspota y deshumanizado, solo me hacen sentir el peso de mi insignificante existencia. Para ellos soy la escoria.
Incansable, vuelvo a tallar en el duro concreto los enigmáticos signos de un idioma inventado. Alguien los descifrará en el futuro para que esta historia sea conocida por ustedes, los cuerdos. No son alucinaciones, no. Son la descripción de este infierno en que habito, una vida tenebrosa y enferma que se acrecienta cada vez más con mi estancia en este recinto. Me desgarra no poder contarte, Madre, todo lo que nos hacen. Pero mi historia, lo que aquí sucede, no será olvidado. Este lugar encierra crueles relatos, entre ellos, el mío.
Han pasado 20 días desde mi cita con el psiquiatra, recién puedo escribir. Me encontró muy mal y aumentó mi dosis, no supe de mí, estuve dopado con sus fármacos. Escuché que me quieren aplicar un tratamiento más severo. Me siento nervioso, descontrolado.
Tuve una crisis. Destruí todo a mí alrededor. Por casi un mes me tuvieron desnudo, amarrado a la cama. Cubierto apenas con una áspera manta. Aún me duelen mis extremidades. Estoy tan extenuado.
Mamá, ya no resisto. Las voces no cesan, ni los temblores en mi cuerpo, ni el malestar tras los remedios, y cómo contarte de esta angustia constante que me invade. Si pudieras saber cómo me siento.
Mamá, te ruego me perdones. Por favor comprende, no huyo de la vida que me diste, huyo del dolor que la vida me dio.
Te amo Mamita, Adiós.
M.D
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