La vida, para simplificar, se puede ver desde dos perspectivas: la del que la sufre, que acaba claudicando, y la de quien la disfruta- que acaba también claudicando, pero, generalmente, por razones diferentes. Me abonaba yo al primer grupo, aunque con ilusiones de pasar al segundo. Qué duda cabe.
Por lo demás era un miércoles rutinario. Había igual que coger el camión o sentarse en la silla de la oficina a jugar al tetris. Jugar al tetris o a ver pornografía en Internet, que para todos los gustos había. A tal efecto, los mejores puestos eran los que estaban fuera del campo de visión del resto del personal de la oficina. A menudo, estar relegado en un rincón tiene sus ventajas.
También era bueno enterarse de cosas: de avatares diversos de la población con los que uno va configurando la realidad que no es sino el principal soporte de la persona. Alguien avisado no flaquea frente a las adversidades y tiene juego suficiente para la impostura y la superchería, pues qué no es la vida sino superchería y suplantación.
Se abría un miércoles cualquiera de desinformación y desarraigo, y con una lluvia persistente pero floja. Quiero decir escasa, apenas suficiente para hacerse notar dentro por su sonido. Aquel miércoles, sin embargo, tenía algo especial, que no era sino la pinta de ser el día más anodino y gris ceniza de mi vida. Estaba convencido de que diera los pasos que diera, nada enderezaría la opinión primera. Compraría el pan. Me regalaría con un bocadillo de lomo adobado. Echaría un vistazo al periódico. Saldría a pasear. A pasear sin perro, pues no tengo. Sin perro, pero con paraguas.
Tenía que darle la vuelta a aquella opinión inicial a fuerza de ganas e intentos por cambiar el destino. Por otro lado, me preguntaba, qué era lo que precisaba para voltear el gris ceniza por algo de más y mejor colorido.
No sé; quizá que alguien me contara un chiste. Un chiste como el de las manzanas.
Que dice que va un señor a comprar manzanas y después de toquitearlas todas, le dice al dependiente, que están todas demasiado blandas. Y le contesta el dependiente, que a ver si va a ser que él tiene las manos demasiado duras. O algo así por el estilo: que la vida en general va del equilibrio de millones de manzanas, blandas para quien no tiene hambre y en su justo punto- tirando a duras- para quienes las necesitan.
|