Un balazo. Una vida que se escurre tras un hilillo de sangre borboteante. Gritos desgarradores y el silencio opresivo, el pánico de personajes encumbrados que aún se estremecen, no se sabe si por el eco de ese disparo o por entender que esa bala aún no termina de detonar, que sus muchas esquirlas se han diseminado en todas direcciones en la búsqueda frenética de nuevos y silentes culpables. Después del estallido, las confesiones se hacen trizas y la justicia, que no encuentra basamento alguno para equilibrar su balanza, calla mientras el estruendo de la bala conmueve su interminable estantería de leyes propiciatorias, sintiendo que el proyectil también ha hecho blanco en sus vísceras.
Tras lo sórdido de esta situación, en que los hombres confundidos aguardarán hasta que alguno desenfunde un discurso certero, surgirán entonces las oraciones, los homenajes, la fanfarria y sobre todo ese aparato artificioso, los fiscales que clavarán sus ojos en ese entorno repleto de suspicacias.
Un arma es el anti discurso, porque no surge desde la metáfora sino que es empuñada por severas circunstancias. Entre ellas, la de saberse absolutamente perdido en un juego de irrealidades y que ve como fin último redibujarse asimismo como el hombre que en el peor de los casos se transformará en mártir. Y los que acuden enarbolando panegíricos que invocan justicia, tratarán de desmadejar el propósito tras el eco interminable del estampido: las razones poderosas o las sinrazones que impulsaron a ese ser a escapar por ese camino sin retorno.
Y el cardumen de comprometidos en este argumento difuso que lo hará desaparecer todo para que la paz aureole sus testas. Hasta que el eco de esa bala sinuosa llegue a sus puertas y aguarde con la fría paciencia de lo que está al margen del tiempo. Y será ella, o quizás sus conciencias, lo que permitirá que esos hombres prestigiosos, respetables y jalonados con las más importantes preseas, huyan hacia ningún lugar,
o bien entreabran el entramado artificioso en que se involucraron o lo resuelvan todo con un coro de disparos en sus testas culposas para que sus pecados se diluyan y sean también ellos mártires o cobardes o la mezcla inconcebible de ambas cosas.
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