Amargo destino
Cada martes, cuando íbamos a las clases de arte en la casa de Servando, recibíamos la visita de Noelia, una mujer que vendía dulces de frutas envasados en frascos de vidrios, que guardaba en una enorme cartera de guano.
Llegó a la casa una tarde en la que caía una pertinaz llovizna, cubriéndose la cabeza con un brazo y con el otro sostenía la cartera, muy pesada para su frágil anatomía. Saludó con simpatía a Ligia, la dueña de la casa, quien le ofreció una sonrisa y una silla para acomodarse.
—Hacía tiempo que no venía –le dijo- ¿ya no trabaja en la cafetería de Pepe?
—No, renuncié hace tiempo. Ahora estoy haciendo dulces con almíbar y los vendo aquí, en el barrio. Con tantos años caminando estas calles, todo el mundo me conoce. ¿Quieren verlo? –sacó algunos de los frascos y dirigiéndose a nosotros, dijo–: quizás se antojen de uno.
— ¿De qué son? –preguntó Martha, una compañera.
—Tengo de piña, jagua, lechosa y naranja. –nos dijo mientras colocaba su producto sobre la mesa y todos nos acercamos, curiosos.
Algunos le compramos, y a partir de entonces cada martes regresaba. Nos habíamos acostumbrados a comprar los productos de la buena mujer, pero, de repente no regresó más.
Yo, su más fiel comprador, era quien más la extrañaba. Pregunté a la dueña de casa: “¿Qué pasará con Noelia que no ha vuelto a vendernos sus dulces?”
Ligia hizo un gesto de dolor cuando dijo: “Me olvidé comentarle que una vecina suya me llamó para decirme que hubo un accidente frente a su casa y con el impacto, uno de los carros se metió hasta su habitación y la mató en su propia cama”.
¡Amargo destino el de Noelia! Perder la vida inesperadamente en su casa. ¡Una mujer tan llena de salud y entusiasmo! ¡Y qué coincidencia! ¡Yo había visto la noticia en la televisión, pero ignoraba que se trataba de ella!
Nuestro destino pende de un delgado hilo que puede romperse en cualquier momento. Quiso el destino que Noelia, la sencilla mujer que nos deleitó por varios meses con sus azucarados productos, encontrara la muerte en el lugar menos pensado mientras disfrutaba de la paz de su humilde hogar.
Supongo que allá donde está también ha de brindar a todos su dulce sonrisa y su grata compañía, y nosotros terminaremos por asimilar su ausencia sin pensar en el amargo destino que se la llevó de nuestro lado.
Alberto Vásquez. |