Te mirabas tanto en el espejo que ya ni sabías cuál de las dos eras y cuando no volviste a mirarte, la del espejo cobró vida, pues sufrió todas las metamorfosis, nada sabías de los enigmas de los espejos, ellos son capaces de revelar los secretos y las tormentas del alma, eso si tienes los ojos limpios y si sabes mirar más allá de tus narices.

Tú te alejaste del espejo y te miraste en el río, pero el río ahora no estaba cristalino, pues llevaba aves de carroña que habían perdido el vuelo y gatos muertos. Habías decidido no maquillarte más, ni atormentarte más, te veías más bella al natural y sin ningún tipo de lastres, ni en la espalda ni en el corazón.

Los años siguieron pasando y el agua pasando y renovando el río y el río seguía alargándose más y más y más, tanto que los primeros días en los que te bañaste en el río ya deben ir muy lejos, muy lejos.

Cada que te miraba me daba la impresión que no crecías, de haberte hecho inmune al paso del tiempo, era como si hubieras congelado el tiempo y vivías feliz como si este mundo no te importara nada, es más, me atrevería a decir que ya no eras de este mundo, sino de tu propia burbuja de tiempo, habías cambiado los caminos y los derroteros, eras la golondrina que hacías tu propio verano así estuviéramos en invierno.

Desde que te fuiste del espejo, nada cambió en tu cara, ni en tus pechos ni en todo tu cuerpo, lo que cambió fue tu alma, ayer oscura, hoy más transparente, más luminosa diría yo. Tu cabello dejó de crecer y todo se congeló en ti, menos tu misma, inconscientemente habías suelto todas las amarras y todos los pesares y hasta todos los pecados que antes te atormentaban pues creías que había algo muy turbio en tu alma. Ya no tenías obsesiones, ni miedos, eras algo más que una mujer de carne y hueso, eras, espíritu puro y el tiempo siguió pasando, pasando y pasando y un día saliste de esa burbuja de tiempo y fuiste a mirar a la otra de ti misma en el espejo. Llegaste a tu casa y después de muchos intentos lograste abrir la puerta, pues la cerradura y la llave parecían oxidadas.

Ya dentro de tu casa sentiste el sabor del polvo, era como si fuera un polvo milenario, había tanto polvo en los muebles, en el escritorio, en el piso, en la ventana y hasta en el espejo. Luego se te ocurrió limpiar el polvo de la ventana, pues creíste que todo se veía opaco porque la ventana estaba sucia. Luego sacudiste el polvo del escritorio, enseguida barriste el piso y cuando ibas a sacudir el polvo del espejo, ahí estaba muy envejecida la otra de ti misma, sin brillo en los ojos, con la piel marchita y toda arrugada, hasta se te habían caído los dientes, pero ni siquiera te conmoviste. Luego pasaste muchas veces el limpiador sobre el espejo y cuando pensaste que era solo una alucinación, te mordiste los labios para corroborar que no estabas soñando ni en una pesadilla, volviste tus ojos al espejo, pero ya no te reflejaste, la otra de ti misma había muerto cuando tu decidiste salir de tu burbuja de tiempo que tú misma inventaste.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA